Cualquiera que venga a mi y no me ame más que…
Carolina Madariaga M.
Religiosa del Buen Pastor
Evangelio según San Lucas 14,25-33.
El evangelio de san Lucas, nos pone frente a las exigencias del seguimiento y de la radicalidad de la llamada que Jesús hace.
Un gentío sigue a Jesús, él dándose vuelta los mira y les dice: Cualquiera que venga a mí y no me ame más que a su padre y a su madre, a su mujer y a sus hijos, a sus hermanos y hermanas, y hasta a su propia vida, no puede ser mi discípulo. ¿cuáles serán las exigencias del seguimiento de Jesús para la vida consagrada hoy? Cualquiera que venga a mí y no me ame más que… ¿la seguridad económica que brinda la vida consagrada? ¿Los reconocimientos ante el éxito de algún apostolado? ¿El individualismo? ¿La comodidad? ¿Las estructuras caducas y la escasa búsqueda nuevas formas de dilatar el Reino de Dios en medio de tanto dolor y desesperanza? ¿Será eso lo que no nos permite ser discípulos y discípulas de Jesús?
Hoy la radicalidad del seguimiento nos llama a dejar la familia como un hecho factico y simbólico, ya que la familia representa el lugar de seguridad, comodidad, contención, protección y cuidado.
La renuncia es a todo lo que se posee, la renuncia es soltarse, lanzarse al vacio con la confianza puesta en que Dios será nuestro soporte. Renunciamos a todo aquello que entorpece vivir nuestra humanidad a plenitud, por ello no se realiza una sola vez, ni depende únicamente de nuestra voluntad. Más bien, quiere ser animada por el Espíritu: Señor y Dador de Vida; es Él quien nos incomoda al escuchar la Palabra del Señor y dinamiza nuestra entrega.
Dejar y amar a Jesús, significa apropiarnos de todo lo que a Jesús le importa, es poner todas las fuerzas no en nosotros o en las estructuras, sino mas bien, amar lo que Jesús ama, amar la humanidad herida y vulnerable, empobrecida y enferma, porque hacia ellos se encauza nuestra pasión por el Reino de Dios. Pidámosle al Espíritu Señor que esté sobre nosotros para dar la Buena Nueva como Jesús a los pobres; a sanar a los quebrantados de corazón; a pregonar libertad a los cautivos, y vista a los ciegos; a poner en libertad a los oprimidos.[1]
Quisiera concluir con un verso de un poema de Gabriela Mistral[2], que con delicadeza y firmeza nos llama a tener nuestros sentidos atentos a las renuncias y las opciones que realizamos en fidelidad y radicalidad al seguimiento de Cristo.
Tengo los amores y las pasiones de tus gentes derramadas en mí como rescoldo tremendo; el anhelo de tus labios me hace gemir.
Que este deseo profundo de tener los amores y pasiones de la humanidad, de las personas a las cuales somos enviados sea este rescoldo, aquella brasa que quema y que se aviva por el soplo del Espíritu, para anunciar que nuestra seguridad esta puesta en Jesucristo.
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