Oración y Justicia
H. Mariano Varona
Evangelio según San Lucas 18,1-8
“Para inculcarles que hace falta orar siempre sin cansarse, les contó una parábola”. Así empieza el Evangelio de este domingo. Entre las muchas bondades que tienen las parábolas podemos enumerar dos: que sin duda son lenguaje de Jesús y que su mensaje se entrega de una manera tal que la mayor parte de las veces supera lo que pudiéramos esperar, en un contexto de normalidad. Generalmente, las parábolas nos sacan de nuestros esquemas normales. También la de hoy. En ella, hay una asociación de dos mensajes potentes, que no siempre van unidos en nuestra práctica religiosa o espiritual y que Jesús remarca señalándonos la dirección correcta.
Que hay que orar sin cansarse es evidente. Dice el Papa Francisco en la Evngelii gaudium que “siempre hace falta cultivar un espacio interior que otorgue sentido cristiano al compromiso y a la actividad. Sin momentos detenidos de adoración, de encuentro orante con la Palabra, de diálogo sincero con el Señor, las tareas fácilmente se vacían de sentido, nos debilitamos por el cansancio y las dificultades y el fervor se apaga. La Iglesia necesita imperiosamente el pulmón de la oración. La oración es un excelente medio para dejarnos cautivar por Jesús, para que nos sacuda nuestra vida tibia y superficial”.
Pero Jesús en la parábola de hoy asocia la oración a la súplica por la justicia. “Hazme justicia” le suplica la viuda al juez. Intencionalmente, la parábola nos sitúa frente a dos personajes tan opuestos: una viuda indefensa figura del sector más pobre, vulnerable, el que menos cuenta, imagen por decirlo así de millones de mujeres indefensas y de pobres en general, de todos los tiempos y de todas las partes del planeta, y un juez caracterizado como quien “ni teme a Dios ni le importan los hombres”. No teme la justicia de Dios ni respeta la dignidad y los derechos de los pobres. Qué mal se le plantea la situación a la pobre viuda.
Examinando bien el texto, fijándonos en la súplica insistente de la viuda, podemos afirmar con certeza que la clave de la parábola es la sed de justicia. Cuatro veces se repite la expresión “hacer justicia”. En la petición de la viuda podemos escuchar el grito desgarrador de millones de oprimidos injustamente que claman por justicia.
Ahora bien, a la luz de cuanto venimos diciendo podemos preguntarnos: ¿Cuánto nos afecta a nosotros/as, religiosos/as, esa situación de injusticia que clama al cielo? ¿Cómo es nuestra oración? ¿Cuál es su contenido? ¿Qué es lo que realmente nos preocupa? ¿Tienen los pobres y la justicia un puesto importante en nuestra oración? ¿Participa nuestra oración de esos gritos desgarradores de los salmos: “¿Hasta cuándo, Señor”, “hasta cuándo triunfarán los malvados?» «¿Por qué nos tienes abandonados?» «A voces clamo a Dios, a voces clamo con insistencia a Dios”. «¿No vas a devolvernos la vida para que tu pueblo te festeje?».
Pudiera ser que la comunicación que mantenemos con Dios no nos haga escuchar ni sintonizar con el clamor de los que sufren injustamente y nos gritan de mil formas: Hacednos justicia. La parábola nos interpela a todos los creyentes, pero de modo especial a nosotros/as religiosos/as. Es un día muy propicio el de hoy para plantearnos si la oración, a la que tanta importancia damos y con razón, nos lleva a preocuparnos realmente por aquéllos que sufren.
Seguramente, tiene razón J. B. Metz cuando denuncia que en la espiritualidad cristiana hay demasiados cánticos y pocos gritos de indignación, demasiada complacencia y poca nostalgia de un mundo más humano, demasiado consuelo y poca hambre de justicia.
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