jueves , 28 marzo 2024

Comentario Evangelio 20 de marzo

El Viento (2)

Testigos del crucificado, fortalecidos en la experiencia del sepulcro para primerear la resurrección

Hna. Claudia Lazcano Cárcamo. MSsR.

Evangelio según San Lucas 22,14-71.23,1-56.

En este domingo de Ramos, Lucas en su evangelio nos sitúa en el núcleo del triduo Pascual, en la única e indivisa realidad de un misterio de fe que es origen del ser cristianos: pasión, muerte y resurrección de Jesús. Esta celebración inicia con el episodio de aclamación de Cristo, al entrar en Jerusalén. Sus discípulos, sus amigos, aquellos que habían puesto su esperanza en Él. Le aclaman como rey, en una entrada llena de alegría; un camino de mantos, ramas de palma y olivos. Es su Señor, el mesías esperado. Es en este ambiente de alegría, de donación fundante del amor generoso y gratuito de Dios donde brota la Vida Nueva, fuente de vocación de todo consagrado.

Este estilo de vida de seguir a Jesucristo surge a los pies de la cruz. De cara a un Dios crucificado, en medio de dos ladrones, en un pueblo sometido y empobrecido. Por ello se deduce que esta invitación es a vivir desde la marginalidad, el misterio divino. Amando a Dios en la entrega generosa hacia los hermanos y hermanas, partiendo por la propia comunidad religiosa. Es en este contexto que ejercemos la obediencia al plan misterioso del llamado: un Dios que ofrece como prueba de fidelidad a su Hijo primogénito. Entrega que requiere de una única respuesta; el propósito de querer mantenerse junto a Él y disponerse como Simón de Cirene.

En un mundo tan convulsionado, las realidades de las comunidades religiosas se enfrentan constantemente a la cruz. Uno de los rostro de esta cruz, que lentamente se ha dejado ver en estos años, es la crisis de identidad que envuelve con desanimo y trivialidad a la vida consagrada. Estas actitudes afectan el camino de perseverancia y fecundidad en el servicio colocando a nuestros Institutos en situación de viernes santo. Surge el miedo en nuestras comunidades por la deserción de nuestros hermanos. Es el momento cuando el velo de la realidad se parte en dos y deja ver que el dolor, la partida, la crisis que se pensaba que era de otro, no es más que el reflejo de un caminar común. “Un solo cuerpo” diría San Pablo, y con tristeza se comprende que la vida fraterna experimenta en todos sus miembros las dudas de su propia coexistencia, anidando un sentimiento de vacío e indiferente soledad. Es la hora de la misericordia.

Es un tiempo para aceptar y asumir las contradicciones del testimonio de ser cristiano y consagrado. Es recorrer el camino del calvario. Es desistir a apegos anclados en la propia debilidad, desprenderse de estereotipos de vida fraterna para dejar que la fidelidad de Dios se manifieste creativamente en la realidad de cada ser humano y en su proceso de conversión. Ser testigos de Jesucristo es cargar la cruz de las exigencias de la sociedad actual. Es reflejar la verdad y la misericordia de Dios a cada persona.

En síntesis, es hacer la experiencia de estar suspendido en la cruz de nuestras pobrezas para dejar ser bajado y tenerla experiencia del sepulcro; silencio, soledad y sudario. Silenciar la palabra propia para oír la Palabra, despojarse de la vanidad para reconocerse criatura ante el Creador, renunciar a la autosuficiencia para dejarse envolver por el amor de Dios, que se revela en el misterio sanador de la misericordia de Dios expresada sobretodo en la vida fraterna. Es el instante en que la piedra de la rutina e indiferencia anquilosada estalla, dejando emerger desde la profundidad del corazón la experiencia de redención.

Parafraseando al Papa Francisco: Es tiempo de “primerear” la gracia de la resurrección. Un Dios que espera, perdona y fortalece en la gratuidad de su amor. Es un presente para animarnos mutuamente a celebrar, exultar, alabar y bendecir a Jesús como Rey que entra en la Jerusalén de nuestras vidas, de nuestra vocación, de nuestra comunidad.

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