Cuerpo entregado, sangre derramada por nosotros
¿Qué puede significar para nuestra Iglesia en Chile –y para nosotros consagrados en ella- celebrar la Solemnidad del Santísimo Cuerpo y Sangre de Cristo este año 2018?
Tal vez ayudarnos a volver al centro y al origen de nuestra identidad: Jesucristo, el Hijo de Dios hecho hombre, para la salvación de muchos. Su cuerpo y su sangre son su misma Persona, entregada por nosotros. El mismo Jesús, en la última cena con sus discípulos, pronuncia por separado “este es mi cuerpo entregado”, con el pan en sus manos, y “esta es mi sangre que será derramada”, tomando el caliz de vino. Esa noche anticipa sacramentalmente la muerte sacrificial que sufrirá al día siguiente el Cordero de Dios. Pero anticipa también el triunfo sobre la muerte en su Resurrección, al tercer día. Nadie le quita la vida; Él la entrega porque quiere, por amor. Y por eso Dios Padre lo resucita de entre los muertos.
El mismo respeto -adoración en este caso- que guardamos por el cuerpo sacramental del Señor Jesús, somos llamados a guardar por nuestros propios cuerpos (personas) porque el Hijo de Dios ha asumido la humanidad: ya no somos sólo humanos, somos divinos; hemos sido hechos hijos en el Hijo, todos nosotros. De aquí la invitación del Papa Francisco a ser: “una Iglesia capaz de poner en el centro lo importante: el servicio a su Señor en el hambriento, en el preso, en el sediento, en el desalojado, en el desnudo, enfermo, en el abusado… (Mt. 25,35) con la conciencia de que ellos tienen la dignidad para sentarse a nuestra mesa, de sentirse ‘en casa’, entre nosotros, de ser considerados familia”. El respeto y el cuidado, ante todo, del cuerpo (la persona) del más débil y vulnerado, con quien formamos parte del mismo Cuerpo de Cristo que es la Iglesia.
A entrar en este proceso de conversión estamos llamados en esta fiesta. Hace algunos años escuché a un consagrado, condenado por abuso a menores, retirado del ministerio, que vivió un proceso de rehabilitación: “Durante mucho tiempo no fui capaz de mirar la imagen de nuestro Fundador, no podía sostener su mirada. Fue señal de entrar en proceso de sanación cuando pude volver humildemente a mirarlo”. Y a otro consagrado, víctima de abuso en su niñez, de autoestima dañada y en sanación, con dificultades en su maduración personal: “El Señor me quiere a su servicio como soy. No puedo escudarme en mis limitaciones y pifias para negarme a poner mis dones al servicio de la tarea que me encomienda”.
En fidelidad a la Palabra de Jesús “hagan esto en memoria mía”, en cada Eucaristía seguimos anunciando su muerte y proclamando su resurrección, ofreciendo el Cuerpo y la Sangre de Cristo y participando sacramentalmente en su misterio. Con la certeza de que El está haciendo su obra en nosotros y a través nuestro. Como nos recuerda Joseph Ratzinger, “Jesús dio a sus discípulos su cuerpo y su sangre bajo las especies de pan y vino; la celebración eucarística actualiza este hecho y establece realmente la comunión con Dios y de los hombres entre sí”.
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