Ven y toca, para que dejes de desconfiar y creas…
Claudia Muñoz Cáceres, aci
Evangelio Según San Juan 20, 19-31
Me adentro en los textos que la liturgia nos regala en estos días pascuales y me dejo atrapar por sus palabras, por sus imágenes… Me sorprende cómo éste y en general todos ellos, se empeñan en presentarnos al Resucitado insistentemente presente, y a unos discípulos y discípulas, francamente tan necesitados de esta insistencia.
Jesús aparece ante sus amigos y amigas de variadas maneras y en variados momentos y no por ello parece haber menos temor e incredulidad entre ellos.
Cuántas veces a nosotros nos pasa parecido, Jesús se hace presente en medio nuestro y aún cuando estamos con las puertas cerradas, nos ofrece su paz, nos sopla su Espíritu Santo, nos ofrece perdón y nos da fuerzas para perdonar, lo reconocemos vivo… y sin embargo seguimos necesitando que su presencia resucitada toque una y otra vez a nuestras puertas cerradas. No alcanzan a pasar “ocho días” y estamos una vez más pidiendo verlo, tocarlo, oirlo, escucharlo… para poder creer.
Nuestra humana fe dinámica y necesitada de esas dinámicas certezas, parecen encajar muy bien en la humanidad y en la divinidad de este Hijo de Dios e Hijo del Hombre.
Señor; Tú sabes que es así, que nuestros temores y encierros necesitan de tu insistente presencia, tu insistente compañía, tu empeñado soplo, tu majadero deseo de paz. Necesitamos de tus comprensiones, de tus palabras, de tus reproches, de la cercanía de tu piel, del toque de tus heridas… para creer y volver a creer y así, no creyendo tantas veces, volver a creer una vez más.
Parece que para confiar, nuestra débil humanidad, necesita desconfiar, necesita del no creer para, no sé bien como, confesar Señor mío y Dios mío.
Insistente Señor, majadero Dios, herido y resucitado, tantas veces tocado y palpado…
Cada ocho días, Jesús… no te olvides de mí, de nosotras y nosotros, en todos nuestros tan necesitados “ocho días” de incredulidad y a la vez persistente fe…
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