“Convertíos, porque está cerca el Reino de los Cielos”
Hna. Ana Teresa Araya, sp
Hermanas de la Providencia
Evangelio según San Mateo 3,1-12.
Qué alegría hermanos/as volver a encontrarnos para compartir la Palabra del Señor, acompañarnos y contenernos desde Dios.
Estamos viviendo el tiempo de la esperanza que nos hace vivir confiados, aunque el mar de la vida sea agitado. Dios se está acercando cada vez más y nos hace una invitación y una llamada como tantas otras veces a lo largo de la vida. Hoy nos dice insistentemente “conviértanse”; estemos atentos a su llamada, acojamos su visita, abramos nuestros ojos para ver su cercanía tierna y amorosa.
¿Cuál debería ser nuestra disposición para este cambio? Reconocernos ante Dios y ante los demás como pecadores necesitados de su perdón y gracia, porque estamos llenos de limitaciones; esta actitud de pequeñez y pobreza nos hace humildes y sencillos de corazón.
Necesitamos la conversión continua para abrir constantemente el camino al Señor; esta conversión a Dios es labor de toda la vida, tarea silenciosa de cada día. No demos espacio al desánimo, porque tenemos ya, la fuerza del Reino de Dios dentro de nosotros. La salvación de Dios siempre es gracia, don gratuito por el amor mismo que Dios Padre nos tiene. Él siempre sale a nuestro encuentro para realizar en cada uno la liberación; su venida es para darle plenitud a nuestra existencia, armonizando nuestros pensamientos, nuestros sentimientos y acciones.
El llamado de Juan Bautista se sigue escuchando hoy y nos prepara para la visita de Dios mediante la auténtica conversión de nuestro corazón.
Dios nos sueña, soñemos también nosotros cada día a Dios; es decir soñemos con la esperanza, con la paz, con el perdón, con la solidaridad, con la justicia, con el amor y el servicio gratuito, con la verdadera fraternidad para que sintamos a cada persona como nuestro/a hermano/a.
Que el Dios del amor y la misericordia nos regale su gracia, para saber acoger su mensaje y dar frutos de cambio, de transformación; que venga a nosotros y nos acompañe en nuestra vida cotidiana; así iremos allanando el camino.
Al proclamar la esperanza hemos de ser como nuevos Juan Bautistas, es decir, hombres y mujeres que preparemos la vida de los hermanos para acoger el Reino de Dios, el cual nos es dado en Jesús.
La vocación de Juan, ha de ser de alguna manera la nuestra, cada uno en su sitio y en sus propias circunstancias, con la vocación dada por Dios, hemos de proclamar, aunque a veces parezca que estamos haciéndolo en medio del desierto.
Como María, pongámonos de camino y lo que hemos conocido, compartámoslo. Que no nos detenga el miedo, ni el cansancio, ni las dificultades.
El mundo necesita de esperanza, El mundo necesita de Dios.
“Hoy Padre, saludamos con el gozo de tu Espíritu
La esplendorosa primavera de tu Reino entre nosotros.
Aliéntanos a vivir en un clima de optimismo esperanzado,
Una fe activa y un amor vigilante».
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