Ramón Gutiérrez Pavez, a. a.
Religioso Asuncionista
Siempre en movimiento… curar, sanar todas las dolencias…
Jesús se nos muestra activo. Es el eterno caminante, mejor dicho, es el caminante por excelencia.
Y se quedó, igual que en la eucaristía que es alimento, en las sandalias de infinidad de mujeres y hombres que, a lo largo de los siglos, han seguido sus pasos y esa maravilla de estar siempre en movimiento… El Maestro no se detiene ni siquiera para invitar a que lo sigan; llama, invita, pero parece, a mi modo de ver, que está apresurado, no atolondrado ni irrespetuosamente corriendo… Pero, tiene su ritmo que no siempre es el nuestro.
Estos comentarios me permiten expresar sentimientos y pensamientos que muchas veces me estremecen cuando escucho las homilías de los sacerdotes. Me toca, por vocación, estar en las bancas, de oyente y, cuando he escuchado este texto que hoy comento con ustedes, me asaltan unos deseos grandes de decir que el Mesías anda por aquí, al lado nuestro: invita, llama, nos despierta y nos saca de nuestras rutinas donde gastamos la vida “zurciendo redes humanas”, al igual que esos pescadores que zurcían las redes de pescar. La vida consagrada es caminar, aunque tengamos tareas demasiado urgentes que realizar, lo que cambia el corazón de las personas es seguir los pasos del Maestro.
La mejor atención que podemos prestar es a los que caminan dejando huellas de alegría y, a veces, de sangre. Son una infinidad en estos tiempos.
Siendo niño, allá en mi pueblo (como dicen los españoles), supe, observé y admiré a un sacerdote diocesano que, por el sector de la cordillera curicana, recorría kilómetros y kilómetros por las polvorientas rutas de su extensa parroquia. Su sotana era ploma, pero al sacudirla quedaba de nuevo negra… Hizo un trabajo evangelizador maravilloso. Y lo que más me conmueve ahora es que este discípulo del Maestro gastó su vida. Pude verlo al final de sus días, en silla de ruedas, ciego, casi completamente sordo, pero feliz, dichoso, apóstol del confesonario.
Los consagrados y consagradas dejamos “padre y madre”; o sea, la familia. Y con una generosidad a toda prueba nos lanzamos a la aventura de atraer gente al Reino. Sin embargo, por el camino, que a veces es largo y tortuoso, vamos llenándonos de afectos que resultan más paralizantes que si tuviéramos a nuestros propios padres y hermanos al lado. Creamos lazos que nos atan con nudos muy firmes y se nos acaba el ímpetu del caminante.
El que nos llamó y eligió “predicaba la Buena Nueva del Reino y sanaba todas las dolencias y enfermedades de la gente”.
Tarea actual urgente: curar, sanar todas las dolencias y enfermedades de la gente.
Hoy estamos viviendo una situación muy delicada en Chile. Miles de personas están con miedo, miles de personas están con signos evidentes de enojo. Como vida consagrada nos corresponde ser los que alivianan esas dolencias, más aún, estamos llamados a buscar con todos los que nos rodean, unas soluciones, por lo menos una salida que devuelva la paz a las personas que sufren. El miedo provoca sufrimiento, el enojo también. Nadie es feliz enojado o con miedo.
El Papa nos ha dicho varias cosas fuertes para remecernos y sacarnos de nuestras comodidades… En su lenguaje natal nos dijo “tenemos que estar en salida”.
Yo creo, porque así lo he vivido en más de alguna ocasión, que “estar en salida”, es mucho más que atravesar la vereda para saludar un vecino o vecina. Es salir al encuentro del que no me importa o no conozco, es ir al encuentro de la persona que tantas veces ignoré al toparme con ella, es servir a las personas que sufren y no contentarme con darle un caldito o una bebida a las personas en situación de calle.
Hoy, Chile y la Iglesia, nos reclaman gritar, en medio de los demás, con ejemplos notorios. Si queremos hacer Reino en esta sociedad no podemos lograr nada si no nos revestimos del Señor, si no hablamos el lenguaje de Cristo sin afectación, clarito y sencillo. Y sin duda, aunque sea reiterativo, el lenguaje de Jesús está empapado en amor, en ternura.
Los consagrados y consagradas tenemos unos tesoros inmensos que debemos ofrecer a nuestro prójimo. Tenemos tesoros tales como formación académica, estudios especializados, cultura muy variada acumulada por viajes o en comunidades con hermanas y hermanos de otras naciones. ¡No son riquezas que ostenten todos los habitantes de Chile! Y, si las tenemos es por regalo de Dios (si somos personas de fe, creemos esto…) No son regalos para guardar o enorgullecernos de esas riquezas.
En el ámbito religioso sabemos entrar en la contemplación, en la oración que tanto cambia nuestras vidas. En los últimos años se puso de moda en Chile “la lectio”, un tesoro precioso para compartir con todos los que nos rodean. Nosotros –consagrados y consagradas-, sabemos meditar ante el Santísimo (a veces con somnolencia) y lo hacemos muy bien, nos renovamos en ese contacto de tú a tú con el Señor. Muy bien podemos iniciar a las personas en esta forma de oración.
Nos han formado para ser críticos de la sociedad y hoy día no se ve con malos ojos que también seamos muy críticos de las estructuras agobiantes que puedan quedar en la Iglesia. Nos toca hacer Reino de Dios ayudando a nuestros hermanos y hermanas a ser críticos de la sociedad y a cambiar lo que está mal. Lo mismo en la organización de la Iglesia.
No criticar digna y respetuosamente lleva, disculpen el chilenismo, al pelambre y eso es negativo.
“Desde que Jesús llegó ahí, empezó a decir ‘’Hagan penitencia porque está cerca el Reino de los Cielos’’.
Desde que Jesús llegó a nuestras vidas nos invita a hacer penitencia porque el Reino está cerca. Y cada uno y cada una de nosotros, con la espiritualidad propia, debemos abrir muy bien los ojos y todos los sentidos para gozar el Reino y hacerlo vida en nosotros, de ese modo será un contagio que cambiará la sociedad.
En Chile necesitamos urgentemente a Jesús, hermanos y hermanas, ustedes y yo tenemos la responsabilidad de hacer Reino y de que cada persona que esté a nuestro alcance se meta en el carro de Jesús.
Escucho muchas veces que es “la hora de los laicos”, a veces esa expresión me huele a flojera. Hoy es la hora de todos y de todas. Estamos embarcados en la misma nave. “Ya no hay extranjeros” decía esa canción de la Iglesia de los años setenta. Hoy cobra actualidad porque es frase evangélica y no pasa de moda. Ya no hay motivos ni razones para esquivar la tarea de construir el Reino. A ti y a mí, nos dice el Mesías: ‘’Síganme, y los haré pescadores de hombres”. Y yo agrego, para que nadie me tilde de machista, “y de mujeres”.
Buen comentario que comparto