Hna. Teresa Figueroa Martínez
Carmelita Misionera
En el evangelio de este domingo, Jesús nos exhorta a tomar decisiones frente a Dios, a las personas y a la propia vida. ¿Por qué, para qué, y cómo hacerlo? Su Palabra nos invita a ir, más adentro: ¿en base a qué las tomamos? Que en el fondo sería, ¿por qué decidimos?, ¿que nos mueve a decidir por una cosa u otra? Y ahí llegamos a nuestro corazón, ¿qué hay en él? Porque es ahí donde se juegan las grandes decisiones de la vida. ¿de qué está lleno nuestro corazón?
No se trata de hacer o decidir lo uno o lo otro porque la ley dice lo que está prohibido o porque así tiene que hacerse. Tenemos que levantar la mirada más allá de la letra de la ley y como nos lo presenta el libro de eclesiástico en la primera lectura, tenemos que darnos cuenta de que lo que tenemos delante es la decisión por la vida o por la muerte.
Somos libres de tomar nuestras propias decisiones y en ella nos jugamos el cómo queremos vivir.
Cuando decidimos por la vida, estamos decidiendo por la justicia, la fraternidad, el amor. Claro que frente a ello podemos tener discursos retóricos aprendidos y nos convencemos de que así es, pero nuestra vida desdice las palabras que podamos decir, es la incoherencia que nos golpea, nos enrostra la poca autenticidad de nuestras vidas y la poca o nula fuerza del testimonio profético.
Jesús nos dice que no basta con cumplir la letra de la ley, a Él no le interesa el formalismo: los métodos, el orden, la disciplina, el mejor funcionamiento. Jesús prefiere mirar el fondo “la adhesión del corazón”. Sí, hay que hacerlo de corazón y es aquí donde podemos responder las preguntas dichas anteriormente ¿qué nos mueve? ¿de qué está lleno nuestro corazón? ¿a qué está adherido?
Es por lo que Jesús nos invita a cuidar, sanar y purificar nuestro corazón, para que podamos adherirnos a la VOLUNTAD DEL PADRE.
En definitiva, hoy el evangelio nos invita a vivir “LA LEY DEL AMOR”, un amor que perdona, pide perdón, viva la justicia, que sea inclusivo, que sea humano, entregado, decidido, para hacer presente el Reino y tener esa fuerza profética tan necesaria hoy frente a todos los acontecimientos que vamos viviendo.
“Señor, que mi corazón sea siempre semejante al tuyo”
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