Hna. Marcia Torrealba, stj
Compañía Santa Teresa de Jesús
En la Buena nueva de este domingo, el evangelista Marcos nos presenta la situación de dos mujeres: una niña enferma y una mujer adulta que durante doce años arrastra la condición de mujer impura, mujer aislada. No se atreve, ni siquiera a pensar la posibilidad de hablar con el Maestro como Jairo, el jefe de la sinagoga, que ha conseguido que Jesús se dirija hacia su casa. Ella no podrá tener nunca ese gozo.
El Evangelista no nos revela sus nombres ni su historia, solo sabemos de su necesidad. El padre de la niña pide a Jesús que imponga sus manos…que eso le basta, y en el camino una mujer que busca encontrarse con Jesús: se acercará por detrás. Sale de la multitud, entre empujones y apretones anhela poner su mano sobre el manto del maestro, ella actúa, toma la iniciativa: “Oyó hablar de Jesús, se acercó por detrás y tocó su manto” (Mc 5,27). Esa iniciativa tiene consecuencias para la mujer… tiene que enfrentarse con Él, en un tú a tú, para que su fe se llene de contenido: Jesús, reconoce e identifica a la persona y ahora es Él quien la busca con su mirada y quiere reconocerla, colocarla en el centro de su vida y en el centro de la sociedad como mujer. Ese encuentro personal con el Maestro ha sido lo extraordinario para crecer en la fe, en su fe: “Hija, tu fe te ha salvado, vete en paz y con salud” (5,34).
Ante las palabras de Jesús le pedimos que nos dé su mirada: “Dame, Señor, tu mirada y pueda yo ver desde allí. Dame, Señor, tu mirada y entrañas de compasión” …para identificar a tantas personas viven entre nosotros, nosotras experiencias muy parecidas. Avergonzadas por heridas secretas (lesionadas, golpeadas, maltratadas…) que nadie conoce, casi sin fuerzas para confiar, desahogar a alguien su enfermedad, buscan ayuda, paz y consuelo sin saber dónde encontrarlos.
El mensaje de Jesús habla de amor, de reconocer a la persona en toda su esencia, la persona de Jesús irradia, es fuerza sanadora.
Santa Teresa de Jesús nos dice en el libro de las Moradas, especifícame en las V moradas, que debemos entregarle nuestro yo para que el Señor lo restaure. Esta es una invitación a aceptar que alguien fuera de nosotras es capaz de transformar nuestro yo viejo en uno nuevo. Sin embargo, para llevar a cabo esta experiencia hay que conocer nuestra identidad personal, solo así el Maestro, el Señor puede actuar.