1er. Domingo de Cuaresma
Jesús fue llevado al desierto por el Espíritu Mt 4,1-11
Hna. Sandra Henriquez, cm.
Carmelitas Misioneras
En este primer domingo de cuaresma la Palabra pone en el centro de la atención divina al ser humano con la bella imagen del Dios artesano. La invitación es a reconocer que nuestra existencia humana es divinizada por su amor, esto expresado en los símbolos de barro, soplo, aliento de vida (Gn2, 7-9). Amor que es amasado lentamente, con delicadeza y total dedicación, disponiendo todo para que el ser humano viva su vida totalizada en el amor y la comunión. “El Señor Dios plantó un jardín en Edén… hizo brotar del suelo toda clase de árboles hermosos de ver y buenos de comer…”
El Espíritu de amor insuflado en el ser humano, lo faculta fundamentalmente para ser en relación y se totaliza en esa relación. Tiene el desafío de aprender a dialogar con Dios, con la naturaleza y con sus pares, por eso la confusión, el errar en el discernimiento y el miedo, forman parte de nuestra humanidad divinizada, es ahí donde aprendemos a discernir.
En la carta de San Pablo a los Romanos, esa existencia totalizada por la relación y el diálogo se expresa en Jesús. Él es el rostro de Dios y en su actuar va devolviendo esa dignidad originaria (Salmo 8). Por y en Jesús la Gracia, como dice San Pablo, sobró para la multitud como derroche y don de la justificación.
¡Qué gran desafío! Recuperar lo sagrado de nuestra vida. Comenzar la cuaresma volviendo la relación allí donde está cortada y al diálogo allí donde abunda el silencio en todas sus formas, sólo así volveremos a la fraternidad universal y resplandecerá nuestra divinidad encarnada.
La experiencia de Jesús vivida en primera persona nos vuelve al “edén” y deja de manifiesto lo difícil que es dialogar; es necesario tener el corazón puesto en el amor y la certeza de ser totalmente amados y amadas por Dios, sobre todo frente otras sabidurías que también ofrecen satisfacer nuestras necesidades y pulsiones reduciéndolas a meras satisfacciones humanas, obstaculizando así la Gracia siempre actuante que nos permite reconocer su voluntad y recuperar nuestra dignidad originaria.
Que bien no viene como vida religiosa la invitación de Jesús a confrontarnos desde el Espíritu con aquellas fuerzas humanas no cristificadas y abrirnos a la renovación espiritual, esa que nos impulsa hacia la misión de anunciar el Reino.