II Domingo de Pascua
«¿No ardía acaso nuestro corazón.»
(Lc 24, 13-35)
Hna. Jacqueline Rivas, CS
Catequista Sopeña
Este tercer domingo de Pascua, la Iglesia nos invita a meditar en el encuentro del Resucitado con dos discípulos camino de Emaús.
Estos discípulos, probablemente un matrimonio (cf. Jn 19,25), nos habla de las dificultades que tuvieron muchos de los seguidores más estrechos de Jesús para creer a las mujeres. Probablemente aquellos dos discutían porque la mujer de Cleofás creía la versión de sus compañeras y él no. En todo caso, la huida de Jerusalén indica la gran decepción que vivieron muchos ante la muerte de aquel que los llenó de esperanza y entusiasmo.
Hoy vivimos tiempos parecidos. A veces da la impresión de que la tónica de muchos cristianos, de la misma Iglesia jerárquica, es de decepción y desánimo. Hemos perdido poder, relevancia. Y en este contexto, sigue habiendo muchas mujeres, laicas y religiosas, sosteniendo la fe de la gente sencilla, responsabilizándose de tareas al servicio de pueblo de Dios. La presencia de la mujer y su incidencia en la Iglesia es innegable.
Y, en medio de esa decepción y desaliento, el Resucitado viene a nuestro encuentro, camina con nosotros, escucha pacientemente nuestras quejas y reproches y nos invita a leer una vez más las Escrituras, a encontrar en ellas esa palabra de aliento que nos ayude a dar sentido a lo que vivimos, sufrimos y esperamos.
A veces solemos estar tan ocupados en nuestras tareas y responsabilidades, que se nos olvida dedicar un tiempo de calidad a tener encuentros íntimos con el Señor. Trabajamos por Él y para Él, no hay duda, pero no siempre dedicamos tiempo a estar con Él en el silencio, en la escucha atenta de su Palabra. Y hoy este evangelio nos invita también a eso.
Dejemos que su Palabra, que su presencia silenciosa pero real, caliente nuestro corazón. Digámosle como aquellos dos discípulos, «quédate con nosotros», camina a nuestro lado, ven a nuestra casa, quédate conmigo. Reunámonos en torno a la mesa, celebremos la vida en comunidad, compartamos la fracción del pan, alimentémonos de su misma vida para ser, también nosotros, pan que se parte y se reparte, vida que se derrama.
Señor, calienta nuestro corazón, que arda de amor por Ti y por nuestros hermanos más pequeños, que se contagie de tu fuego para encender la esperanza y animar nuestra misión, para hacer de la Iglesia la casa de todos.