Aquí estamos Señor, las religiosas y los religiosos de las Américas. Hemos venido del norte, del centro y del sur de nuestro amado continente; te hemos sentido en la hondura de lo real, vivo y actuante a nuestro lado en el gozo del abrazo y del encuentro, en la interpelación tajante que nos puso de cara a nuestra fragilidad y nos movilizó por senderos insospechados, hasta desear coincidir, para “ser uno”, en la alfarería del cuidado.