domingo , 30 junio 2024
el viento

Comentario Evangelio 14 de Abril

Jesús nos tiene paciencia, mucha paciencia

San Lucas 24, 35-48

Ramón Gutiérrez Pavez.

Asuncionista

“Miren mis manos y mis pies: soy yo”. 

Los evangelistas relatan los inolvidables encuentros y jornadas de los discípulos con el Maestro. Muchos momentos, incluso algunos espectaculares como ese donde camina sobre las aguas. 

Jesús, el hombre de la paciencia infinita, tiene que decirles a sus discípulos “miren mi cuerpo, tiene las marcas de mi amor-sacrificio: soy yo”. Debe volver a repetir la catequesis ya enseñada en tantos días de convivencia. Y las palabras aquellas: “El Padre y yo somos uno”, y una serie de prédicas que les regaló a sus amigos para que no dudaran. Pero ahora, ya resucitado, tiene que decirles nuevamente “soy yo”.

Y lo repite constantemente a nosotros, mujeres y hombres, que hemos aceptado su llamado en la Vida Religiosa. Antes de eso, hemos aceptado la invitación a ser buenas personas como bautizados. 

Jesús, como nos lo señala el evangelio de hoy, completa la formación de sus discípulos. No podemos dudar que estaban muy conmocionados, muy alterados, porque lo que habían vivido recientemente no era asunto fácil de comprender. De la alegría y fraternidad de la cena pasan al dolor y al espanto de la cruz. Ya la popular aclamación con ramos, palmas, flores y tallos de por ahí, había quedado en el olvido y se había disipado como la polvareda que seguramente se provocó en esa improvisada procesión de la entrada triunfal. Eso ya estaba olvidado.

Pero le daban vueltas y vueltas a eso que los llenaba de alegría, paz y emoción: la resurrección.

¿Cómo entender y asimilar semejante variedad de experiencias? Muy apoyados por la virgen María; pero eran seres humanos que necesitaban otras formas de comunicarse, de saber de verdad que Jesús estaba vivo.

Y el paciente Jesús llegó donde ellos y les dijo: “Paz a ustedes”.

Hermanas y hermanos: podemos hacer el esfuerzo por imaginarnos que, a nosotros, de repente, se nos presente Jesús y nos diga “Paz”. Creo honestamente que yo mismo no me quedaría muy en paz ni sosegado. ¡Claro que me asustaría! 

Dicho lo anterior creo que nos podemos ayudar, como hermanos, buscando juntos algunas actitudes y condiciones imprescindibles para que Jesús se haga presente en nuestras vidas, en mi vida, en la tuya.

Hemos aceptado la invitación para seguir a Jesús en la vida religiosa y lo hemos oficializado públicamente el día de nuestra primera profesión. 

Necesitamos un interior vacío de orgullo, de vanidad. Si vamos por la vida inflados por nuestra clase social, por nuestros estudios, por nuestros títulos, por nuestros supuestos logros personales, no tenemos espacio para Jesús. Estamos ya repletos, no hay cabida para Él.

Jesús es libre para manifestarse a quien sea, la condición es que esa persona esté libre de ataduras y anhele hacer el bien.

Los religiosos, las religiosas, los miembros de institutos seculares, quienes hacen votos privados, los hombres y mujeres “de buena voluntad”; o sea, quienes viven con y para Dios son tierra fértil para que se desarrolle la imagen del Señor en cada una y en cada uno. 

Jesús se manifiesta en las personas apasionadas de mente y de corazón. A personas que buscan un tesoro, que necesitan alguien que los salve; por eso son personas inquietas, siempre en camino, siempre en búsqueda, rezando, estudiando, escuchando, sorprendiéndose de lo que ven y escuchan, siempre anhelantes de algo mejor. 

Jesús es tan original que no nos quiere individualistas ni solitarios. Quiere que nos relacionemos con los demás como personas, no importa que crean en Dios o no, que sean de nuestra misma ideología o no. No importa clase ni color ni rango. Esas cosas no importan para Jesús. Le importa que seamos, a toda costa, hermanos. Y ahí se manifiesta claramente.

“Tóquenme y fíjense bien que un espíritu no tiene carne ni huesos como ustedes ven que yo tengo”.

Para aquel grupo de discípulos, nos dice el evangelio, la aparición los desconcierta y, al mismo tiempo, aplaca porque les pregunta: “¿Tienen aquí algo que pueda comer?”. Esta pregunta, sin duda, les trajo la gran certeza de que estaban con el Maestro, que no era una visión, ni una brujería, sino algo real y palpable.

Nuestra vida, en el seguimiento de Jesús, es común que la evaluemos por “nuestra” pastoral, por las horas que dedicamos a las reuniones parroquiales, los encuentros de los movimientos o de las clases que dictamos. También la evaluamos por nuestras lecturas, por lo que escribimos, por muchas cosas muy externas, que son buenas, buenísimas. 

El Señor, a través de nuestros hermanos y hermanas con infinita paciencia nos repite: “Miren mis manos y mis pies: soy yo”.

Ayudémonos a mirar al Señor y escucharlo cuando nos dice en el fondo del corazón: “soy yo”.

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