domingo , 17 noviembre 2024
el viento

Comentario Evangelio 17 de Noviembre

XXXIII Domingo del Tiempo Ordinario

«Entonces verán venir al Hijo del hombre»
 (Mc 13, 24-32)

Hna. Jacqueline Rivas, CS
Catequista Sopeña

Nos acercamos ya al final del tiempo ordinario y la Iglesia nos propone meditar en una parte del conocido como Discurso escatológico, ya casi al final de la vida pública de Jesús.

Jesús está en Jerusalén. Al salir del Templo, uno de sus discípulos le dice: «Maestro, mira qué piedra y qué construcciones». A lo que Jesús responde: «No quedará piedra sobre piedra». Los discípulos, como muchas veces nosotros, nos quedamos en las apariencias; Jesús, en cambio, nos invita a ver más allá.

En este discurso, se utilizan imágenes apocalípticas. Se habla de terremotos, de grandes cataclismos; incluso de catástrofes cósmicas. ¡Cuántas personas viven obsesionadas por el fin del mundo! ¡Cuántas, abrumadas por los tiempos que nos toca vivir…! Las noticias nos hablan de desastres climáticos, de guerras, de hambre, y corremos el riesgo de tener una mirada negativa y desesperanzada de la realidad. De hecho, a las primeras comunidades cristianas les pasó lo mismo. Las persecuciones, los mártires, podían hacerles tambalear la fe.

Las palabras que hoy nos dirige Jesús son una llamada a la confianza y a la esperanza. Las catástrofes son reales. Las guerras e injusticias lamentablemente se repiten una y otra vez a lo largo de la historia. Y es en ese contexto cuando escuchamos: «Entonces verán venir al Hijo del hombre». Como si nos dijera: muchas veces, en medio de las dificultades, de tantas situaciones límite que vivimos o hemos vivido, cuando nos parece que nada tiene sentido, que estamos en un callejón sin salida; cuando caminamos a oscuras (el sol se ha oscurecido, la luna ya no tiene resplandor…); es precisamente entonces, cuando, de repente descubrimos, «vemos» al Señor entre nosotros, presente en nuestra historia, con su poder y gloria. Porque el Señor está, está siempre, solo que muchas veces, abrumados por las dificultades, no lo vemos.

La comparación de la higuera nos habla precisamente de eso. Muchos ven la higuera llena de hojas, pero como no tiene flores (no saben que la higuera no da flores), les parece que dicho árbol es estéril. Y, de pronto, ¡aparecen los higos! Solo quien conoce el proceso de la higuera es capaz de anticipar la presencia del fruto. Así nosotros, aunque a veces no veamos flores, vivimos con la certeza de que la higuera dará higos, de que el Señor de la vida, está actuando en la historia y que, a su tiempo, dará su fruto.

Podríamos preguntarnos, ¿somos personas esperanzadas, portadoras de esperanza o nuestra mirada, nuestros juicios son negativos y pesimistas? ¿Somos capaces de descubrir la vida que va surgiendo, allí donde la mayoría solo ve muerte? ¿Vemos la presencia del Señor en medio de nosotros cuando todo parece negar su presencia? Que el Señor nos dé una mirada y un corazón como el suyo.

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