No seamos Padre Gatica, que predica y no practica
Evangelio según San Mateo 23,1-12
No son pocas las veces que al comenzar a anunciar el evangelio he tenido la necesidad de expresar la distancia que existía en mi vida entre lo que estaba predicando y lo que practicaba y por supuesto me hizo bien pedir perdón. También me ha golpeado en positivo el oír el sencillo dicho popular: “Obras son amores y no buenas razones”; y no menos, el también popular dicho: “No ser como el Padre Gatica que predica y no practica”.
Y a ratos he sentido con pena que este proceder es propio del gremio clerical ya que no son pocas las veces en que obispos, sacerdotes y responsables eclesiales estamos urgidos de una revisión de nuestra actuación y de una real conversión porque “no hacemos lo que decimos”. Somos incoherentes y hasta hipócritas. No vivimos lo que predicamos. Tenemos poder y abusamos de él. Esa distancia entre nuestro decir y nuestro hacer afecta la credibilidad de lo que proponemos. No suele ser pequeña la vanidad del fariseo que llevamos dentro.
No dudemos que ese proceder nos desacredita; nos hace perder la confianza. ¡Qué bien nos haría incluirnos entre los pecadores y partir de una potente humildad! Es urgente en la Iglesia de nuestros días ser comprensivos e indulgentes con los demás y auténticos con nosotros mismos. Agobiamos con la exigencia y no somos capaces de poner por obra y transmitir la sencilla acogida del evangelio. Preferimos el espectáculo, el quedar bien, el cuidado de nuestro prestigio personal.
Ha llegado el momento para que en la Iglesia se supriman los títulos, las prerrogativas, distinciones, honores y dignidades y mostrar el rostro humilde y cercano de Jesús. El Papa Francisco nos está dando ejemplo y motivando para ir por este camino. Tenemos que aprender a apuntar a la verdadera grandeza.
En el fondo, en el evangelio de este domingo, como en cada día del Señor, hay, por supuesto, una fuerte invitación positiva y estimulante. En este caso es a la fraternidad. La llamada es a establecer y cultivar vínculos de fraternidad. Todos somos hermanos y tenemos un padre común. Para Jesús el título de Padre es algo muy único, profundo y entrañable que no debería ser utilizado por nadie en la comunidad cristiana más que para referirlo a Dios. Sin esta referencia caemos en apariencias e incoherencias como sucedía con los grupos religiosos de la época. Jesús nos deja claro en su evangelio que no podemos ir por la vida como iban los escribas y fariseos o los sumos sacerdotes. Nos quiere buenos hijos del Padre y sencillos hermanos entre nosotros.
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