Este domingo celebramos la solemnidad de Cristo Rey; celebramos la realeza de Cristo que nos sorprende. No es de poder, sino de mansedumbre. No es de mando, sino de servicio. No es de lujo, ni de ostentación, sino de pobreza y humildad. De ahí pues la singularidad de esta celebración que debemos asumir con entrega y emoción.
Con esta celebración concluimos el año litúrgico y nos enfrenta a una verdad: se nos anuncia en la imagen del juicio final el triunfo definitivo del amor.
A la luz de esta palabra, reconocemos como el Señor nos desafía a encarnar en nosotros su mensaje de amor, a entregarnos al servicio de los demás en el amor. Hoy el Señor nos desafía a AMAR como Él nos ama.
Estamos llamados a no dejarnos vencer por el miedo que paraliza o la acedia, a no quedarnos en buenas intenciones dejando para mañana lo que estamos llamados a vivir hoy. Estamos invitados a cultivar una vida abierta a la realidad de los hermanos, y hacer un camino concreto de compasión; estamos llamados a involucrarnos con las necesidades y limitaciones de los demás, reconociendo y aceptando las propias.
Por eso, el juicio que nos presenta el evangelio, nos lleva a descubrir que no seremos juzgados por los males o crímenes cometidos sino por el bien realizado u omitido, la caridad vivida o negada para con el prójimo necesitado de alimento, de agua, de cobijo, de vestido, de compañía. El juicio, en resumen, es presentado como un juicio sobre el amor, un amor a Cristo que se verifica en el amor al prójimo que sufre, especialmente a los “más pequeños”, es decir, a aquellos que son despreciados u olvidados por la gran mayoría: “cada vez que lo hicieron con el más pequeño de mis hermanos, conmigo lo hicieron”. (Mt 25,40)
El cumplimiento del mandamiento del amor o su incumplimiento anticipa ya en el mundo el juicio final. El que ama a Cristo en los pobres y se solidariza con su causa se introduce en el reino de Dios; pero el que no ama y explota a sus semejantes se excluye del reino de Dios. Nos lo recordaba el Papa el domingo pasado en la Jornada del Pobre al citar al discípulo amado: “Hijos míos, no amemos de palabra y de boca, sino de verdad y con obras” (1 Jn 3,18). El juicio universal será la manifestación y la proclamación de la sentencia definitiva, que se va cumpliendo ya en nuestras vidas según nuestras obras con los más necesitados.
El Señor nos invita a AMAR, no tengamos miedo de acoger esta llamada, ya que Él nos acompaña en este camino, manifestándonos su misericordia en sus sacramentos y en los hermanos, haciéndosenos prójimo…
No tengamos miedo de amar y servir, de involucrarnos con los demás…como dice nuestro Padre Francisco de Asís: “Pon tu confianza en el Señor, que Él te sostendrá” (1Celano 29)
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