¿Y nosotros qué pedimos?
Una Mirada al Servicio y la Entrega Como Consagradas y Consagrados en el Contexto de Iglesia Actual
Hna. Claudia Lazcano Cárcamo., MSsR.
Lectura Según San Marcos 10, 35 – 45
Leyendo el Evangelio de hoy y situados en el contexto de la Iglesia actual nos damos cuenta de que ser cristianos, consagradas, consagrados no es una cuestión de poder. Así queda de manifiesto en este relato de Marcos, cuando los hijos de Zebedeo se acercan al Maestro para hacer una solicitud propia de nuestra naturaleza humana y que dista de la respuesta que podría suponer la pregunta que Jesús hace ¿Qué quieren que haga por ustedes? Vamos a detenernos acá. Esta pregunta habla de un interés por la persona en particular y el proceso que como discípulo han ido desarrollando recordemos que los capítulos anteriores a este momento nos hablan de milagros de sanación, momentos de profunda oración con Jesús como es la transfiguración y ya, hubo el segundo anuncio d la pasión de Cristo. Se pudiera pensar que ya hubo un aprendizaje y reconocimiento del sentido de la misión a la cual el Hijo de Dios fue enviado hasta nosotros. Los discípulos aquí mencionados han sido parte de la cercanía íntima y cotidiana con el Señor. Lamentablemente su respuesta es una solicitud; concédenos sentarnos en tu gloria uno a tu derecha y el otro a tu izquierda. La lectura de esta petición se comprende como un beneficio a los intereses personales de estos personajes y no coincide con el plan redentor de Dios. Pareciera ser que se ha adulterado la comprensión del seguimiento y llamado al discipulado. La vocación es siempre una iniciativa de Dios. Es Cristo el que nos ha llamado a seguirlo y esto significa realizar continuamente un salir de nuestras pequeñeces para centrar nuestra existencia y servicio en Cristo. En su Evangelio, en el proyecto de Dios, dejando los intereses de proyectos personales.
La ambición y el poder han sido parte del itinerario que en nuestra Iglesia se fue desarrollando caracterizando la crisis actual que se vive como institución. Esta constatación debe llevarnos a revisar las motivaciones que mueven la entrega y servicio de cada uno de nosotros, recalibrar la brújula con los valores sólidos del evangelio más que con aquellos que la sociedad nos ofrece con una forma encantadora, sutil y sigilosa que nos va envolviendo con un relativismo lleno de una plasticidad diversificada y cautivadora que hace frágil la cercanía con Jesús y en variadas situaciones nos lleva a tomar la actitud de los hijos de Zebedeo; Esa posición de falsa seguridad argumentada para mantener estructuras y conductas normalizadas en las comunidades e Iglesia. Se cree que así serían más poderosas, reconocida y habría más seguidores de Jesús, más no es así. Hacer de la vocación una carrera, sirviéndose de la comunidad, del pueblo de Dios que nos ha sido confiado es compensar carencias no trabajadas con un bienestar asentado en un sentimiento de poder que lleva a colocarse por sobre los demás para experimentar reconocimiento y pleitesía. Desterrando la fraternidad y el servicio, dando paso con ello a celos, desavenencias y un vacío opresor. No es la senda. Jesús nuevamente, sitúa a sus amigos en una verdad fundante; el camino de la gloria es camino de cruz. Es entrega y servicio, lo cual con lleva el ejercicio de despojarse de lo propio para emerger a una vida donde la relación con mi hermana, hermano va unida al encuentro personal con Cristo. No somos mejores que quienes nos precedieron, la diferencia es estar a tiempo para aprender; ejercer la autoridad al modo de Jesús es recobrar la centralidad en su persona como identidad evangélica de todo consagrado y consagrada, beber la copa que el Redentor nos ofrece es aprender humildemente de los pobres, enfermos y todos quienes viven las nuevas realidades sociales y fronteras existenciales de la humanidad. Estar con Cristo es dejarnos evangelizar. Es dejar que Él camine por nuestras pobrezas personales, nos oriente el corazón hacia la cruz y redima la forma de comprender el evangelio, el sentido de Iglesia y de la propia vocación. De modo de pedir y rogar por aquello que sería un bien para todos y siempre orientado a la voluntad y plan de Dios.
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