Cuarto Domingo de Cuaresma
Hna. Sara Romero, MSsR
Evangelio de San Lucas 15,1-3.11-32
El evangelio de este domingo no parte inmediatamente con el relato de la Parábola del Hijo Prodigo, nos presenta en los primeros versículos a los interlocutores a quienes Jesús narra la historia; ellos son los que escuchan y a la vez son los protagonistas,: está Jesús, el rostro viviente del Padre, los pecadores (el hijo menor) y los fariseos (el hijo mayor) son a quienes Jesús enseño en el pasado, pero hoy es la iglesia y la humanidad toda necesitada del amor y a misericordia de Dios Padre. Dentro de nosotros habitan los personajes de la parábola, somos ambos, a veces aprovechándonos y mal utilizando el amor, la bondad y la misericordia; pasando a Dios la factura de lo “bien” que nos hemos portado y de todo lo que hacemos por Él; compadeciéndonos y acogiendo con tanta bondad y gratuidad al hermano caído.
Sin duda que estas palabras de Jesús nos hacen un llamado a la conversión y a entrar en nosotros mismos; el hijo menor después de haber malgastado su herencia y haber tocado fondo en su condición humana, entra en sí y de lo primero que se hace consciente es de la necesidad de saciar su hambre, de sus vacíos, aún está centrado en sí mismo, no tiene la fuerza de superar su propio pecado.
En cuántas ocasiones nos hemos experimentado incapaces de superar nuestros propios pecados diciéndonos a nosotros mismos (as) “soy así”, “mi vida no tiene vuelta”, “he realizado tantos esfuerzos”, ¿serian estas palabras que resonaron en el interior de nuestros hermanos que nos han escandalizado con sus actitudes?, decepcionados se dieron por vencidos o les falto el “Tengo que hacer algo” del evangelio y responder a cuestionantes como: ¿Por qué actuó así?, ¿Qué me falta?, ¿Dónde está la raíz de mi deseo de poseer a otros como si fueran mi propiedad?; buscar ayuda humana y espiritual; caminar hacia el encuentro experiencial del Dios de bondad y misericordia que sana y llena todos los anhelos del corazón.
El hijo menor fue capaz de dar este salto en fe, creyó en su Padre y en su amor incondicional, reconoció su pecado y su condición de pecador, con humildad regresa a la casa de Su Padre, quien desde siempre lo esperaba y que hoy también nos espera… “Cuando su padre lo vio y sintió compasión; corrió a echarse a su cuello y lo besó”.
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