sábado , 21 diciembre 2024

Bicentenario llegada a América de Santa Rosa Filipina Duchesne

Rosa Filipina Duchesne nació en Grenoble, Francia, en 1769.  Se preparó  para la primera comunión en el cercano convento de la Visitación, y poco después, el deseo de entregar su vida a Dios la impulsó a unirse a esta comunidad de la Visitación, orden  contemplativa de clausura, a pesar de su deseo de servir a Dios en tierras de misión.  Después de la revolución francesa, su convento fue cerrado por el gobierno. Durante diez años Filipina asistió a los indigentes de Grenoble y al mismo tiempo se preguntaba qué quería Dios de ella.

En 1804 a Magdalena Sofía Barat le hablaron de Filipina Dúchense,   mujer de cualidades naturales  y espirituales poco frecuentes. Su primer encuentro fue el inicio de una profunda amistad. Filipina se unió a la Sociedad del Sagrado Corazón, y su deseo de llevar a Dios a tierras lejanas se  realizó en 1818 cuando ella y cuatro compañeras (Octavie Berthold, Marguerite Manteau, Eugenie Aude, Catherine Lamarre) zarparon rumbo al Nuevo Mundo.  Su gran anhelo era trabajar entre los indios de  América,  pero tuvo que esperar  23 años para ir a vivir  entre los Potawatomis. Antes de realizar este deseo de su corazón,  Filipina había fundado el primer Colegio Católico  al oeste del Mississippi y vio con gozo cómo  la Sociedad del Sagrado Corazón se difundía  por los Estados Unidos.

La vida en las fronteras conllevaba un enorme desgaste tanto físico (hambre, frío, pobreza, enfermedad) como  psicológico  (dificultades debidas a las distancias y la comunicación, cartas que a veces tardaban seis meses o más).  Filipina nunca creyó tener el don de liderazgo y en 1852  muere pensando  que su vida había sido  un fracaso.  La historia revela lo contrario: los americanos  vieron en ella “la mujer que siempre reza»; los colegios que fundó forman parte  de la red de colegios del Sagrado Corazón extendida por  todo el mundo; y la Sociedad del Sagrado Corazón sigue siendo una comunidad internacional, unida a través de los cinco  continentes tanto por las relaciones humanas como por una espiritualidad y misión comunes.

Rosa Filipina Duchesne fue canonizada en 1988

Las compañeras de Filipina

Eugénie Audé  (1791-1842)
Octavie Berthold (1797-1833)
Marguerite Manteau (1779-1841)
Catherine Lamarre (1779-1845)

RESEÑA 2

Rosa Filipina Duchesne, (más conocida por su segundo nombre) nació el 29 de agosto de 1769 en Grenoble. Provenía de una familia privilegiada de ocho hijos y tenía un carácter fuerte, impetuoso y generoso. Fue educada por las monjas de la Visitación en el Monasterio de Ste Marie d’en Haut de las que le atrajo su vida contemplativa. En contra de la voluntad de su familia, entró en la congregación a los 18 años.

La Revolución Francesa obligó en breve tiempo a las monjas a dejar el monasterio y Filipina regresó a su familia. Durante once años, puso en peligro su libertad y su vida dando asistencia a los prisioneros, llevando sacerdotes a los fieles, educando y dando de comer a los niños pobres. Al término de la guerra, obtuvo la propiedad de Ste Marie d’en Haut y abrió un internado. Solo unas pocas hermanas regresaron y no se quedaron mucho tiempo.

En diciembre de 1804, conoció a Magdalena Sofía Barat, que en el 1800 había fundado la Sociedad del Sagrado Corazón. Filipina dejó inmediatamente Ste Marie d’en Haut y entró en la Sociedad. Nació una amistad profunda entre estas dos mujeres excepcionales con temperamentos muy diferentes.

Filipina, cuya felicidad mayor era pasar enteras noches rezando, sintió pronto la llamada de servir como misionera. Muchas veces, Filipina compartió con Sofía su sueño de llevar el Evangelio a los pueblos indígenas de América, pero sus competencias eran necesarias en casa.

Cuando el obispo Guillermo Du Bourg visitó la casa madre de la Sociedad en Paris, Filipina vio la posibilidad de transformar sus sueños misioneros en realidad. El 16 de mayo de 1817, Filipina pidió de rodillas a Sofía Barat el permiso de viajar para la misión y por fin Sofía dio su consentimiento. Al año siguiente, Filipina navegó con otras cuatro religiosas, llegando providencialmente a New Orleans el día de la Fiesta del Sagrado Corazón.

El 14 de septiembre de1818, Filipina abrió una escuela en una cabaña hecha con troncos, pero no en San Luis, como se esperaba, sino en la cercana St. Charles, Missuri. Fue la primera escuela gratuita del oeste del Mississippi. Algunas semanas después, se abrió la Academia del Sagrado Corazón con tres estudiantes. Las condiciones de la frontera eran un desafío. Aunque el inglés fue siempre un reto, Filipina sirvió como superiora de su comunidad religiosa y como directora de la escuela. Dejó para sí misma las tareas más sencillas: cuidar el ganado, cortar leña, cuidar el jardín, reparar zapatos y ropa, cuidar a los enfermos, fabricar jabón y velas. En Florissant, dormía a menudo en un pequeño armario debajo de las escaleras, para poder deslizarse sin molestar a las demás después de su oración nocturna en la capilla adyacente (todavía se puede ver esta habitación en el Santuario Old St. Ferdinand en Florissant, Misuri). Sobrevivió a las rudas condiciones de los pioneros, a un ataque de fiebre amarilla y a los persistentes sentimientos de fracaso.

Muy pronto la Sociedad atrajo nuevas vocaciones y abrió un noviciado. En poco tiempo, Filipina fue responsable de cinco conventos: St. Charles (que reabrió en 1828), San Luis y Florissant en Misuri, Grand Coteau y St. Michaels en Luisiana. Filipina se adaptó a la cultura americana, conservando lo más posible las costumbres de la Sociedad. Con el Plan de Estudios en marcha, las Religiosas del Sagrado Corazón ofrecían a sus estudiantes un currículo completo, que combinaba formación espiritual e intelectual. Las escuelas de Filipina fueron las primeras que educaron estudiantes de color en San Luis. Además, abrió el primer orfanato de San Luis.

Por fin, en 1841, se realizó el deseo de Filipina de servir entre las poblaciones indígenas. Fue con otras tres Religiosas del Sagrado Corazón a Sugar Creek, Kansas, para fundar una escuela para las chicas Potawatomi. A los 72 años estaba demasiado frágil para ser de ayuda con el trabajo físico y no podía aprender la lengua Potawatomi. Pasaba la mayoría de su tiempo orando, adquiriendo el apelativo de “la mujer que siempre reza”. Después de tan solo un año, la pidieron volver a St. Charles a causa de su salud. Aunque vivió en Sugar Creek por un breve período, dejó un gran impacto en los Potawatomi.

Santa Rosa Filipina Duchesne murió el 18 de noviembre de 1852, a la edad de 83 años. Está enterrada en un santuario construido en su honor en la Academia del Sagrado Corazón en St. Charles, Misuri. Fue beatificada en 1940 y canonizada el 3 de julio de 1988.

TESTIMONIO

Filipina está siendo muy importante para la Congregación a nivel Provincial e Internacional porque su espíritu misionero, su fidelidad a los deseos de Dios y su impulso de salir a nuevas fronteras, nos está acompañando en cómo vivir las llamadas (invitaciones/mociones) del Capítulo General 2016. Y este año, ha sido más importante su testimonio, porque hemos estado celebrando el Bicentenario de su llegada a América.

Hace 200 años, Filipina y sus compañeras se atrevieron a dejar su cotidianidad, su país para  “descubrir y manifestar el Amor del Corazón de Jesús” en el nuevo mundo.  El viaje no fue fácil, estuvo lleno  de incertidumbres y miedo; ya en Estados Unidos las situaciones que tuvieron que enfrentar las rscj fueron la poca comunicación con Francia, el clima, el lenguaje, entre otros.

Hoy en día, se nos invita a salir de nuestras zonas de confort y preguntarnos cuáles son nuestros miedos, que nos mantiene resistentes, reconocer nuestras debilidades sabiendo que ellas son tenidas en cuenta por Dios que nos llama a ser mujeres de compasión, relación y comunión para  seguir manifestando el Amor de Dios (en un mundo herido) de una manera nueva, libre,  sabiendo que esto lo vamos haciendo junto a otras y otros compañeros de camino.

Filipina, a pocos días antes de morir,  intercambió cruces con Anna du Rousier, la primera rscj que llegó a Chile. Por lo que nos sentimos también, hoy, bendecidas por ella y enviadas, en este tiempo de búsqueda a no tener miedo y lanzarnos mar abierto sabiendo que vamos junto al Corazón de Jesús “hacia el horizonte con la esperanza de encontrar tierra donde los más pequeños puedan crecer confiados” (Capítulo 2016)

Nataly Chamorro rscj

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