Muy querido Papa Francisco:
Desde Chile le enviamos un abrazo cariñoso, en este tiempo previo a su visita, con la certeza de que su paso será un momento de gracia en nuestras vidas y en la vida de nuestra Iglesia chilena.
Como una manera de preparar el corazón para su venida, religiosos y religiosas de la CONFERRE quisimos escribirle y compartir con Usted, algo de nuestras vidas como peregrinos en esta hermosa tierra y misioneros en esta porción de la Iglesia. Para ello, nos hemos inspirado en el texto inicial de Gaudium et Spes: “Los gozos y las esperanzas, las tristezas y las angustias de los hombres de nuestro tiempo, sobre todo de los pobres y de cuantos sufren, son a la vez gozos y esperanzas, tristezas y angustias de los discípulos de Cristo. Nada hay verdaderamente humano que no encuentre eco en su corazón”. (GS 1)
LAS ALEGRÍAS Y ESPERANZAS
Queremos comenzar compartiendo las muchas razones que tenemos para experimentar gozo y alegría:
En primer lugar, damos gracias por la fidelidad de Dios y su presencia en nuestra vida, que nos sostiene con brazos de misericordia.
Vivimos desde la certeza de que Dios nos ama más allá de nuestros errores, nos acompaña cada día; estamos seguros que le interesamos y siempre sacará bien de los males de nuestro mundo. Esta fidelidad, que encontramos en lo cotidiano, la descubrimos presente en la oración comunitaria y personal, en la vida sacramental; a través de las personas con quienes compartimos la misión y a todos los que dedicamos nuestro mejor tiempo para servir y anunciar el amor que Dios nos tiene. Nos alegramos porque Dios se nos revela como un Padre bueno, verdadero y fiel, haciendo maravillas en la vida concreta de la comunidad: en los niños, jóvenes y adultos mayores que, con su rostro de ternura, nos acercan a su presencia y misericordia. Reconocemos que el anuncio y la experiencia de la misericordia abre las puertas y nos aproxima de un modo nuevo a los que se sentían lejos, indignos, y a aquellos que la propia Iglesia había dejado fuera.
Sentimos profundo gozo al contemplar cómo el Espíritu va actuando en el mundo a través de las personas y a pesar de nuestras debilidades. “Lo que hemos oído, lo que hemos visto con nuestros ojos, lo que contemplaron y tocaron nuestras manos…” (1Jn 1,1), eso es lo que queremos testimoniar: que Dios nos ama infinitamente y con un amor incondicional; ese amor nos sostiene en las dificultades y nos acerca a Jesús, fuente de la más profunda alegría.
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