jueves , 18 julio 2024
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Comentario Evangelio 01 de Octubre

Hacer la voluntad del Padre; testimonio de una Iglesia en Salida (Mt 21, 28 -32)
Domingo XXVI

Hna. Claudia Lazcano Cárcamo

Este domingo, el Evangelio nos sitúa en una encrucijada de la vida eclesial. La parábola de los dos hijos nos deja ver a dos hermanos a quienes su padre les pide ir a trabajar a su viña. Las respuestas de ambos son distintas y las acciones aún más sorprendentes. El primero dice que “no”, pero si va. el segundo dice que “sí”, y no va. Y es aquí donde la pregunta de Jesús se hace oír: “¿Cuál de los dos hijos hizo la voluntad de su padre? Y la respuesta rápidamente viene a nosotros; el hijo que fue a trabajar a la viña. Así Jesús nos vuelve a preguntar hoy a cada creyente, a cada miembro de la Iglesia… porque la raíz de esta parábola es entrar al Reino de los cielos.

En la vida eclesial, en más de una ocasión caemos en esta dicotomía de fe y compromiso, al igual que en la parábola de estos dos queridos hermanos, que nos reflejan esta humanidad tan nuestra: la distancia entre las palabras y las acciones. Hoy sucede en la vida de la Iglesia, algo similar; vivimos en algunos momentos o grupos: una espiritualidad llena de rezos, exigencias moralistas o adoctrinamiento. En otros pasamos rápidamente a ser ONG: asistencialistas, generosamente entregados al activismo y sin tiempo para Dios. Entonces emergen estas preguntas evangélicas: ¿Cuándo la Iglesia hace la voluntad del Padre? O ¿Cómo hacer la voluntad del Padre en esos momentos fundantes de la vida?

Se hace necesario tomarnos tiempo, hacer silencio, escuchar atentamente y mirarnos como ese hijo que dice Sí, y no va… hacer un examen de conciencia que nos lleve a una conversión personal y comunitaria. En el evangelio ni el Padre o los hijos hace mención del tiempo que hubo entre sus respuestas y el trabajo solicitado. Esto no es coincidencia, Jesús conoce el corazón del ser humano; sabe de sus sombras, vanidad, de sus logros, tristezas, desidia y también fortalezas. Material del cual también está hecha la Iglesia. Por tanto, decir sí y llevar a cabo nuestras tareas parece fácil. Creemos que cuando ya decimos “Sí”, ya tenemos todo ganado. Lamentablemente no es así. El evangelio de Mateo nos lo recuerda, Jesús quiere sacudir ese razonamiento tan desencarnado que nos lleva a pensar que la apariencia en todas sus formas, ese “quedar bien”, “evitar el qué dirán por el bien de la Iglesia” o ser protocolarmente correctos” es lo que define nuestra vida eclesial y el testimonio como creyente. Él nos llama a cada uno por su nombre, a vivir una vida más auténtica, a salir de nuestras zonas de confort y hacer camino de conversión… no el que quiero de mi hermano o hermana, sino más bien el que yo, usted o tú necesitamos. El desafío es discernir el querer de Dios, sabiendo que el nos ama con nuestras imperfecciones personales y comunitarias. El Padre, Conoce de la necesidad de tiempo que cada uno requiere, pero sobre todo sabe de la urgencia que hoy tiene la Iglesia de encontrarse con su hacedor. Esa de salir de las estructuras rígidas para experimentar la hondura de su ternura y la paciencia lúcida de su voluntad. Esa que sabe a Reino de los cielos

Su invitación hoy es la misma que la del evangelio; cuidar su viña, la Iglesia.  Esta puede ser la capillita, su templo parroquial, su comunidad de base, la catedral… su grupo de oración o catequesis. Lo importante es que se sienta una Iglesia en salida. Donde Cristo sea el centro. Sí, esa que tiene sus valores y donde la forma de hacer cada servicio se oriente a no dejar a nadie atrás. Somos un solo pueblo fiel que camina en constante conversión y que quiere ser parte de la misión del Maestro. Somos una Iglesia herida, que camina hacia las periferias no solo de la sociedad sino también a las periferias del pensamiento humano. Ese pensamiento que en ocasiones nos deja cómodamente en nuestras seguridades. Dios Padre espera una respuesta comprometida, evangélica y menos idealista. Quiere una Iglesia encarnada, orante, que conoce de humanidad y sobre todo que busca hacer su voluntad al modo de Jesús. Renovada constantemente por su Espíritu Santo.

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