Hno. Héctor Campos, ofmCap
Evangelio según San Mateo 10,37-42
“El que ama a su padre o a su madre más que a mí, no es digno de mi”, es la primera afirmación con que parte este domingo 13º del tiempo litúrgico durante el año. Una afirmación que ciertamente produce en un primer contacto una dificultad de aceptar. Hemos defendido por todas las partes a la familia, a su configuración, sea como sea, esté como esté, pero es la familia muy importante. Nosotros somos fruto de una familia, ahí en su mayoría de los casos, fue el lugar que motivo nuestra vocación, donde aprendimos a relacionarnos con el Dios de la misericordia y compasión. ¿Cómo entender ésta afirmación?
La respuesta la encontramos siempre en Jesús, el amor por él ha sido mucho más fuerte, dándonos la capacidad de dejar a nuestras familias y asumir un nuevo estado. Donde la familia ha seguido muy presente siempre. Uno no puede seguir al Señor, sin continuar con el nexo familiar, pero sabiendo que como toda realidad de los hijos, hemos debido partir. Y esta es la clave del discípulo: estar siempre en camino, la itinerancia y desarraigo nos llevan a permanecer siempre unido a él. Y en Jesús seguimos defendiendo la familia de origen y la nueva familia que adquirimos en la vida consagrada, seguimos defendiendo la estabilidad del matrimonio. Los cuales igual defiende Jesús y en muchos casos critica a los hijos que se desentienden de sus padres. Pero la familia no es para Jesús algo absoluto e intocable. No es un ídolo. Hay algo que está por encima y es anterior: el reino de Dios y su justicia. Ahí estamos llamados todos los discípulos de Jesús. Esto motiva nuestro seguimiento, nuestro riesgo por él sabiendo que siempre estará con nosotros.
Lo decisivo ahora es la familia de carne y sobre todo la familia que construimos desde el Espíritu, donde caben todos. Pero si esta familia se convierte en obstáculo para seguir a Jesús en su proyecto, Jesús exigirá la ruptura y el abandono de esa relación familiar. Ahora entendemos mejor lo que dice Jesús: “El que ama a su padre o a su madre más que a mí no es digno de mí. El que ama a su hijo o a su hija más que a mí no es digno de mí”.
Hoy nos toca preguntarnos, si como familia religiosa, formada por hermanos y hermanas de distintos lugares, países, somos capaces de responder a este Proyecto del Reino de Dios. Parece que como Familia Religiosa contamos con la simpatía de nuestros feligreses, vecinos, personas donde estamos insertos, pero como algo del pasado, suscitando más bien añoranzas, que ser una respuesta a las nuevas exigencias y realidades de nuestro mundo. El Papa Francisco, este año el día 2 de febrero advertía: Una tentación que convierte a los consagrados en «profesionales de los sagrado», «proyecta hacia atrás» y “esteriliza la profecía de los más jóvenes”. ¿Cómo ser fieles al Proyecto que motiva, hoy, nuestro amor a Jesús?
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