jueves , 21 noviembre 2024
el viento

Comentario Evangelio 03 de Noviembre

Como Zaqueos de hoy

Hna. Verónica Santillán
Esclava del Corazón de Jesús, ECJ

Misteriosamente el evangelio de este domingo,  se llena de significado en medio de la convergencia en la cual vivimos como país, y en la que como Zaqueo se nos invita a bajar del árbol de nuestra zona de confort que nos enceguece, aísla y nos hace vivir una falsa ilusión de que estamos bien allí.

“Zaqueo baja pronto”, son las primeras palabras de Jesús, en la cual la conversión comienza a gestarse, moverse del árbol que nos tiene atrapados y no nos deja poner nuestros pies en la realidad, el llamado de Jesús en este domingo: nos pide hoy más que nunca, no encerrarnos en nuestros propios claustros, en nuestras propias casas siempre seguras y en donde por providencia de Dios, nunca nos falta lo necesario para vivir nuestra consagración. Que como Zaqueos de este tiempo, lo hagamos con prontitud y podamos sentirnos hermanos de tantos que hoy no solo claman justicia, sino también presencia profética, presencia cercana de la vida religiosa que se siente una más en medio del pueblo al que también pertenece.

Solo así ese proceso de descubrir que hay otros con quienes compartir nuestras riquezas, o tal vez devolver lo que de ellos hemos recibido, o quizás más  reparar las heridas que hemos causado nosotros, nuestros hermanos de congregación… nuestra iglesia. Nos convertiremos  como  comunidad en esa Iglesia profética, esperanzadora que reclama de todos una mística de ojos abiertos, cuestionadora y no adormecida, como nos decía el papa Francisco.

Zaqueo que bien se reconoce como pecador , pero privilegiado en la misericordia de Jesús, se compromete a la justicia desde los gestos concretos de aquel que ha reconocido en lo que ha fallado, que nosotros como Zaqueos de este tiempo en la meditación de lo que acontece podamos reconocernos y renovar nuestra  capacidad de entrega, como tantos que nos precedieron y que en estos días hemos recordado …los santos y traigo a la memoria estos versos tan certeros de Esteban Gumucio a quien le pedimos interceda por cada uno de nosotros llamados a ser los Zaqueos de hoy:

LA HUMILDE QUEJA DE LOS POBRES

Hermano,
estabas tan lejos que no alcanzaste a oír el trueno;
no alcanzaste a ver el rayo.

Dormías cuando la tempestad vino sobre nosotros y destruyó nuestra vivienda.
Después dijiste desde el interior de tu confortable morada:
«No ha habido trueno, ni rayo, ni tempestad…»

Hermano, estabas tan repleto de éxito,
tan ocupado en tu propia seguridad,
que no cabía en tu corazón el recuerdo de los ausentes.

Tu fiesta terminaba en el muro posterior de tu mansión.
Más allá estábamos los pobres y Dios.

Tú celebrabas la privatización de las empresas;
nosotros teníamos una asamblea para organizar un fondo común para cesantes.

Pienso, hermano, que estás equivocado, no por maldad, sino por lejanía.

La verdadera fiesta está donde Dios se llama caridad-solidaridad
y se comparte el gozo de ser de su parentela.

También tú eres de la familia.

Abre tus ojos, tus puertas y tus ventanas;
y ven a la fiesta del Padre.

Te pido que abras tus puertas y ventanas para cerciorarte del sol,
porque hasta ahora tú has preferido leer El Mercurio para saber el pronóstico de los tiempos.

Abre tus ventanas y asómate.

Escucha el clamor de tu pueblo: es un trueno;
abre tus ojos, mira, que es un rayo.

Si te quedas contigo mismo, encerrado entre los tuyos,
instalado en tus pantuflas, a puertas cerradas,
a ventanas tapiadas,
dejarás a Dios a la intemperie, al otro lado de tu vida.

«Donde está tu tesoro, está tu corazón»

Si tu tesoro se llama propiedad, capital, seguridad, poder para tener más;
tu corazón anda en mala compañía.

Se vuelve limitado como el terreno cercado de una propiedad.

Se vuelve materia, como la espesa consistencia de tu capital adorado.

Se vuelve encogido y temeroso,
necesitado de más y más seguridad.

Se vuelve frío e injusto como el poder al servicio de la riqueza.

Ven, triste hermano, abre tus ojos.            
Míralo a Él,
desnudo en la cruz.

Míralo de brazos abiertos,
ensanchando el mundo con un amor en que caben todos los hombres de buena voluntad.

Escucha el trueno.

Míralo en la luz de su resurrección,
fulgurante como un rayo.

Míralo glorioso a la manera humilde de Dios:
viviendo, muriendo y resucitando entre sus pobres.


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