¿Cuál es el mandamiento más importante?
Marcelo Lamas, csv.
Desde hace tres días, Jesús se encuentra en Jerusalén, y, antes de este pasaje, ha expulsado a los comerciantes del templo, un acto que ha conflictuado aún más sus relaciones con las autoridades religiosas. Escribas, sacerdotes y ancianos han estado buscando la manera de acusarlo para deshacerse de él. En el relato de hoy, Jesús está en el templo, donde ha mantenido una serie de debates; el evangelista Marcos menciona siete situaciones de controversia. La que se presenta hoy es la quinta discusión en la que Jesús confronta a estas autoridades.
Un escriba se acerca a Jesús. Este escriba ha estado presente en las disputas anteriores y ha quedado impresionado por las respuestas de Jesús. Le formula una pregunta teológica de gran relevancia entre los escribas: “¿Cuál es el mandamiento más importante?”, es decir, aquel del que se derivan o están conectados todos los demás. Es evidente que no tiene intenciones maliciosas; simplemente desea entender la opinión de Jesús al respecto. Su pregunta apunta a identificar el único mandamiento esencial que relaciona a todos los demás. Los escribas habían catalogado 613 mandamientos en la Ley y discutían cuál de ellos era el más fundamental. La respuesta de Jesús fue: “Escucha, Israel, el Señor nuestro Dios es uno solo. Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma, con toda tu mente y con todas tus fuerzas. Y el segundo es: Amarás a tu prójimo como a ti mismo. No hay mandamientos más grandes que estos”.
Al citar el credo israelita, Jesús subraya que el primer mandamiento consiste en escuchar a Dios. Escuchar implica permitir que sus enseñanzas y consejos penetren en nuestras vidas, nos transformen y nos guíen a actuar conforme a esa escucha. Cuando abrimos nuestro corazón a Dios, Él revela su identidad como liberador y defensor de los pobres, viudas y extranjeros, manifestando así su amor por su pueblo a lo largo de la historia. En cambio, si escuchamos a ídolos o distracciones mundanas, nos alejamos de nuestra verdadera humanidad.
La exhortación a “amarlo con todo nuestro corazón” significa que el amor a Dios debe ser el fundamento de todas nuestras decisiones; nuestras acciones deben estar total y completamente alineadas con su voluntad. Amar a Dios “con toda nuestra alma” implica que cada aspecto de nuestra vida debe reflejar su luz y que cada momento debe ser un esfuerzo generoso por cumplir con su proyecto. Al amarlo “con todas nuestras fuerzas”, nos comprometemos a ser conscientes de nuestras cualidades y dones, para colocarlos al servicio de su Reino.
Asimismo, Jesús añade un elemento crucial: amarlo “con toda tu mente”. La lealtad inquebrantable a Dios requiere un compromiso intelectual que abarca la reflexión, el estudio y una fe sólida, en contraste con creencias y devociones superficiales y cómodas. Qmar a Dios se expresa dedicando tiempo a la meditación de la Palabra de Dios y a la reflexión de preguntas teológicas o desafíos eclesiales que orienten nuestra praxis evangélica, la comunión fraterna y el compromiso con los que sufren.
El segundo mandamiento, “Amarás a tu prójimo como a ti mismo”, implica tomar decisiones que favorezcan la vida de los demás. Cada elección que hagamos debe llevarnos a cuestionar: ¿Lo que hago beneficia a mi hermano o lo perjudica? Cada palabra que pronunciamos o acto que realizamos debe ser examinado para determinar si genera en los demás esperanza o dolor, alegría o tristeza.
Amar a Dios significa aceptar su diseño amoroso, uniendo nuestros corazones al proyecto de Jesús que se expresa en el amor al prójimo. Este amor no se limita a aquellos a quienes nos resulta fácil amar; se extiende, en primer lugar, a nuestros enemigos, a quienes nos han causado dolor y a quienes son diferentes a nosotros. El Señor nos invita a amarlos no solo como a nosotros mismos, sino tal como Él nos ama.