Aprender a perder para ganar
P. José María Arnaiz, sm
Evangelio según San Mateo 16,21-27.
De una u otra forma son más de seis las veces que nos repite Jesús en el evangelio que ese es el camino y la meta que él ha venido a fijar para la vida humana. La propuesta es provocativa, interpeladora y en cierto modo paradójica. Jesús nos repite insistentemente que hay morir para vivir; ése es mensaje central en todo el evangelio. Por el camino duro se llega a la maravillosa meta de la vida plena y, en el fondo, a la salvación definitiva.
Uno se equivoca mucho si se empeña en vivir para sí, autoreferencialmente y en buscar el éxito y la propia ganancia por encima de todo entrando en una carrera de éxitos, triunfos, poder y fama. En cambio se acierta si se abre al maravilloso proyecto humano del Padre que consiste en no buscar solo el propio bien sino sobre todo el de los demás y abriéndose a la generosidad, al esfuerzo sostenido y al darse a los demás.
La humanidad está haciendo el primer camino y está dando así pasos errados y llegando a lo irracional, al consumir sin medida y egoístamente, al tener cada vez más y más y llegar a más y más poder para dominar sobre los demás. Es un hecho que nos mueve un deseo insaciable de bienestar y de gozar. No es reducido el número de los que piensan y proceden con la clara opinión de que para que algunos tengan mucho otros muchos tienen que tener poco o nada; para que haya ricos tiene que haber pobres. Sin embargo, el mensaje transversal del Evangelio es que no tiene que haber ni ricos ni pobres. Todos tenemos que aprender a perder para ganar.
Para ganar, para salvarnos y salvar hay que hacer el camino de la solidaridad generosa. Si no, nos engañamos y nos perdemos. ¡Qué valioso y enriquecedor es el dar, el compartir, el perder! Así se gana la felicidad, la fecundidad y la bondad; así se despierta al amor desde la entrega al amor.
Jesús se presenta repetidamente en el evangelio como modelo y testigo de esta propuesta; a esa meta nos quiere llevar con su camino de pasión, de entrega, de cruz. Así se pierde la vida y se gana la vida nueva. Esa va a ser la propuesta del pleno éxito. En todo esto no hay nada de fatalismo; hay vida entregada. Nos desorienta la reacción de Pedro que quiere un Jesús y un mesías a su manera. Nos impresiona la de Jesús que dirigiéndole a Pedro le dice: “Quítate de mí vista, Satanás… tú piensas como los hombres, no como Dios” (Mt 16, 23). Por supuesto es bueno preguntarse: ¿Detrás de qué y de quien voy corriendo en mi vida? ¿Se ha dado en mí una auténtica conversión que me lleva a pensar y proceder como Jesús? ¿Estoy aprendiendo a perder para ganar? ¿He tomado conciencia de que partimos a la otra vida con lo que hemos dado y hemos dejado aquí lo que nos hemos apropiado y guardado para nosotros? No lo dudemos, la salvación viene de quienes se juegan su nombre, su prestigio, su comodidad, sus intereses y hasta su vida por hacer que este mundo resulte más humano y solidario. El poder del Reino está en el amor, en el dar vida por los demás; no en la opulencia.
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