lunes , 30 diciembre 2024
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Comentario Evangelio 04 de Diciembre

Abrirnos a nuevos caminos…

Hna. Alejandra Cortez, RMI
Religiosas de María Inmaculada

En nuestros encuentros como vida religiosa, es casi inevitable que surjan las preguntas acerca de cómo llegar a nuestros hermanos, en especial a los jóvenes, en medio de una sociedad que poco o nada se interesa por la fe, o, mejor dicho, por nuestros caminos como Iglesia. A veces, o muchas veces, nos sentimos abrumados, desconcertados y desanimados al constatar las dificultades que se nos presentan en nuestra tarea pastoral, y nos olvidamos de aquella esperanza tan diáfana que nos ofrece el Evangelio…

En este pasaje, Juan el Bautista irrumpe desde el desierto, donde ha hecho su proceso de reflexión y preparación orante, llamando a quienes salían a su encuentro a una sincera conversión, de la cual deben brotar frutos que preparen el camino a Jesús. Creo que este es un punto crucial y válido para tener en cuenta en nuestro Hoy de Iglesia y de consagrados; cuando nos surgen interrogantes frente a nuestro modo de anunciar a Jesús y su mensaje. ¿Cómo comunicar esta buena noticia cuando se nos ve desconectados de la realidad y problemas de la gente? ¿cómo hacer novedoso el mensaje cuando nosotros mismos nos hemos acostumbrado a repetir esquemas y no apostamos por esa necesaria conversión interior que implica el desafío de quebrar nuestros aprendizajes anteriores para comunicar con mayor nitidez a la persona de Jesús, siempre actual y nuevo?

Vivimos en una sociedad donde la Iglesia y las instituciones son irrelevantes para muchos de nuestros hermanos, y tal vez, antes que lamentarnos por ello, tendríamos, como vida religiosa, que cuestionarnos acerca del ejercicio del profetismo al que estamos llamados/as por vocación y que hace a la identidad de nuestra consagración. ¿Dónde quedó ese compromiso espiritual y social que nos caracterizó en el pasado? ¿por qué no logramos sintonizar con los jóvenes de hoy, para quienes nuestro discurso suena a añejo?

 Confieso que son preguntas que me hago y ante las cuales no tengo todas las respuestas, sin embargo, me parece que todo tiene que partir desde una sincera conversión que nos aproxime a la desnudez de nuestras ideas y esquemas pre concebidos, permitiendo en nosotros  la apertura y la escucha de los latidos de cada hermano que fluyen en los procesos sociales, porque algo de Dios también hay en las vivencias individuales y colectivas, (aunque en ello nos cueste ver los ritmos del Espíritu), pero,  seguramente nos falta poner más atención, para desde esa capacidad de escucha ser profetas en el anuncio de Jesús, y en la denuncia de las injusticias que oprimen de diferentes maneras a nuestro pueblo.

El Reino de Dios llega, cuando nos disponemos de corazón al cambio que sólo Él puede gestar en nosotros, donde en cierto modo tenemos que partir de cero, abiertos a las novedades que Jesús mismo ocasiona en nuestras vidas y en las vidas de cada hermano y hermano con quienes tenemos el desafío del anuncio.

Juan se sentía indigno de desatar las correas de las sandalias de Jesús, porque advertía la grandeza de aquél de quien era el precursor; nosotros también palpamos nuestra pequeñez ante lo que Jesús puede hacer, porque en realidad es él, y no nosotros, quien realiza la tarea de llevar el mensaje de vida, ese mensaje que no sabemos cómo transmitir en una sociedad compleja donde parece que Dios ha quedado en el olvido, pero seguramente, la llave maestra es simplemente dejarnos hacer para que sea él quien haga, él quien abra puertas, él quien sintonice con las situaciones de los jóvenes.

Si nos vaciamos de prejuicios e intentamos escuchar las voces que claman en la sociedad, si salimos de las estrategias que dieron resultado en el pasado pero que ya no tienen asidero, estoy segura que fluirá la creatividad, el anuncio y la denuncia profética, la empatía que nos lleve nuevamente a caminar juntos con el pueblo, “para que ellos busquen a Dios, aunque sea a tientas, y puedan encontrarlo. Porque en realidad, él no está lejos de cada uno de nosotros”. (Cf. Hch 17,27).

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