El poder sanador de Jesús en la vida cotidiana
Mc 1, 29-39
Hna. Miriam Muñoz Marín
Religiosa Filipense
El evangelio que compartimos como Iglesia en este 5° domingo ordinario del año toca una realidad que no escapa a ninguna persona, porque constantemente necesitamos sanación, ya sea física, emocional o espiritual. Así como Jesús se acercó a la suegra de Simón Pedro, también nos invita a buscar con fe su sanación en momentos de dificultad.
Este relato invita a imaginar la escena en que Jesús acude a la casa de Simón Pedro en un ambiente de un humilde hogar en que con cercanía y sencillez le hablaron de esta mujer que estaba postrada por la fiebre, en absoluta debilidad. Jesús rápidamente la sana y ella recupera las fuerzas desde donde nace un gesto de agradecimiento y servicio a quién le había devuelto la energía vital.
Este pasaje nos lleva a reflexionar sobre la importancia de presentar a Jesús a las personas que nos piden oración para recobrar su salud y también acercarnos a Jesús en nuestras luchas cotidianas y a preguntarnos ¿Cuáles son las «suegras» en nuestras vidas que necesitan la intervención sanadora de Jesús? Podrían ser relaciones fracturadas, problemas de salud, o incluso desafíos emocionales.
Así como la suegra de Pedro representaba una necesidad individual de sanación, podemos extrapolar esa imagen a las heridas más amplias y profundas que enfrenta nuestro mundo., reconocer la urgencia de acudir a Jesús como el sanador supremo se convierte en un llamado no solo para las personas individualmente, sino también para la sociedad en su conjunto.
Vemos a nuestro alrededor conflictos, injusticias, divisiones y sufrimientos, delincuencia que afectan a comunidades enteras. La fiebre que afligía a la suegra de Pedro podría simbolizar los males sociales y sistémicos que afectan la salud colectiva de la humanidad.
Nos presentamos como seguidores de Jesús y de su ejemplo pero no podemos olvidar que imitar a Él implica ser conscientes de las necesidades de aquellos que nos rodean. Como seguidores, debemos ser agentes de sanación en nuestras comunidades, siendo compasivos y extendiendo una mano amiga a quienes sufren. Jesús no solo sanó a la suegra de Pedro, sino que también dedicó su tiempo a sanar a muchos más, destacando la importancia de nuestra misión en la comunidad.
No es novedad que vivimos en una sociedad acelerada y ocupada, en la que muchas veces nos justificamos de nuestros cansancios y falta de interés en hacer las cosas, sin duda alguna, Jesús fue una persona tremendamente ocupada, pero siempre encontró tiempo para servir sin medida y orar de manera profunda.
¿Cómo podemos incorporar momentos de oración y reflexión en medio de nuestras agendas ocupadas para encontrar fuerza y dirección?
También queda muy claro que Jesús vino para anunciar el Reino junto a sus discípulos recorriendo pueblos y aldeas. ¡Qué gran estímulo para los misioneros que hoy en día nos ocupamos de la misma tarea!
Ser misioneros significa llevar el mensaje de esperanza y sanación a los demás. Debemos salir de nuestra comodidad, compartir el amor y la gracia de Dios con aquellos que necesitan ser sanados. Así como Jesús no se quedó en un solo lugar, nosotros también debemos ser itinerantes en nuestra misión para acompañar a quienes más lo necesitan.
A modo de resumen de este comentario: estar enfermos y recuperar la salud va más allá de lo físico; supone reconocer nuestras propias limitaciones y permitir que la gracia de Dios nos restaure. Ser orantes es buscar la conexión constante con Dios a través de la oración, buscando su guía y fortaleza para enfrentar los desafíos diarios y a ser misioneros en la extensión del amor de Dios en los lugares y necesidades más urgentes.
¡Sursum Corda!