domingo , 17 noviembre 2024
el viento

Comentario Evangelio 05 de Diciembre

¿No tendríamos que ser más proféticos como consagrados al estilo del Bautista,
en la realidad que vive nuestro país?

H. Alejandra Cortez Espinoza
Religiosa de María Inmaculada

Al comenzar este Adviento, la liturgia nos ofrece este bello pasaje donde se dice que Dios dirige su palabra a Juan que estaba en el desierto.

Cuando la Biblia refiere al “desierto”, ya sabemos que se trata mucho más que de  un espacio físico, ya que alude a la experiencia de intimidad donde estamos solos con Dios, donde sabemos distinguir lo esencial de aquello que no lo es, y en esa instancia, al ponernos delante de quien habita en nuestro corazón, brota necesariamente el anhelo de conversión, si es que ha sido un encuentro verdadero y profundo… porque al contacto con Dios, no podemos seguir siendo las mismas personas, él trabaja en nosotros y nos restaura por dentro, nos llena de luz,  por eso,  viene a mi memoria la imagen de Moisés  con rostro luminoso cada vez que dialogaba con Dios: “su rostro se había vuelto radiante porque había hablado con el Señor”(Ex 34,29)

Seguramente, Juan el bautista, en esa honda vivencia en el desierto, se siente impulsado a anunciar este camino de conversión, de cambio, de vuelta hacia Dios, porque ya no concibe la vida fuera de la presencia divina, pero entiende que, para dar ese giro, es preciso allanar senderos, preparar caminos, abrir paso a la esperanza que siempre es fruto del encuentro con Dios.

Vivimos momentos difíciles como Iglesia y Vida religiosa en Chile, dentro de un contexto político y social también complejo y polarizado. Pienso que Dios habla en distintos desiertos, ahí donde las circunstancias nos obligan a veces, a replegarnos y buscar respuestas en nuestro interior ante muchas interrogantes que nos acechan: ¿Nuestra Iglesia recuperará credibilidad?, ¿Qué pasará con nuestras congregaciones? ¿No tendríamos que ser más proféticos como consagrados al estilo del Bautista, en la realidad que vive nuestro país?; éstas y muchas más preguntas surcan los caminos del corazón, pero en ese desierto interior siempre hay posibilidad de encontrarnos con aquél a quien le hemos entregado nuestra vida: Jesús; y lo sorprendente, es que al contacto con él, aunque las preguntas no obtengan respuestas claras, sabemos que hallamos vida abundante y esperanza que nos renueva hacia un futuro social y eclesial que en muchos momentos nos ha desanimado.

En este tiempo de adviento, nos preparamos para recibir a Jesús que nace en la historia de la humanidad, trayendo luz a un mundo en sombras, y creo que debiéramos renovar la esperanza en que es posible seguir creyendo en una Iglesia sin abusos, en una vida religiosa profética, en un país donde predomine la justicia social y la acogida a todos sin distinción. Preparar los caminos implica confiar en que ese Dios que habla, que se comunica en el desierto del corazón, es capaz de darnos la capacidad de confiar y de construir esa Iglesia, Vida religiosa y país que soñamos. Si nuestros esfuerzos como Iglesia son visibles, entonces, como dice el texto : “Todos los hombres (y mujeres) verán la salvación de Dios”. De nosotros depende hacerlo visible.

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