Dos Procesiones
Hna. María Teresa Gajardo R
Evangelio según San Lucas 7,11-17.
El relato que no presenta el evangelista san Lucas, nos pone de frente a dos situaciones unidas por un encuentro. Dos miradas a la vida real y concreta de cada día. Una mirada desde quien celebra la vida y los buenos acontecimientos y la otra desde una mirada de quien no tiene nada más que amargura por lo que le ha tocado vivir. No obstante, un encuentro, unos ojos compasivos son capaces de cambiar radicalmente, la muerte en un signo de vida. La actitud de misericordiosa de Jesús, permiten a una mujer recuperar la vida y su sentido como un regalo.
Sin duda, que en este año de la misericordia, nos hemos visto enfrentado a este tipo de procesiones a los que alude Lucas. Sin ir más lejos la visita de las Monjas de claustro a la cárcel de mujeres en Santiago, son una fiel fotografía del relato lucano. En ese abrazo gozoso entre estas mujeres hay un profundo encuentro de la misericordia de Dios. Jesús rostro misericordioso del Padre, transmitiendo vida y llenando de vida el ambiente. Como lo expresa el Papa Francisco:” Como hijos de Dios estamos llamados a comunicar con todos, sin exclusión. En particular, es característico del lenguaje y de las acciones de la Iglesia transmitir misericordia, para tocar el corazón de las personas y sostenerlas en el camino hacia la plenitud de la vida, que Jesucristo, enviado por el Padre, ha venido a traer a todos. Se trata de acoger en nosotros y de difundir a nuestro alrededor el calor de la Iglesia Madre, de modo que Jesús sea conocido y amado, ese calor que da contenido a las palabras de la fe y que enciende, en la predicación y en el testimonio, la «chispa» que los hace vivos (JMCS.2016)”. Son gestos como estos, hechos concretos que nos permiten decir:”La misericordia puede ayudar a mitigar las adversidades de la vida y a ofrecer calor a quienes han conocido sólo la frialdad del juicio (JMSC.2016).
Como religiosas y religiosos muchas veces debemos caminar en procesiones que celebran la vida y en otras en que la muerte se manifiesta en la violencia, la agresividad, el maltrato social y económico. Estamos llamados en este tiempo a imitar a Jesús provocando ese encuentro que permite decir: “no llores” y “joven, yo te lo ordeno, levántate”. Un encuentro que permite levantar la dignidad, desde la mirada de Jesús, desde la misericordia. Desde esa ley fundamental que habita en el corazón de cada persona cuando mira con ojos sinceros al hermano que encuentra en el camino de la vida (cf. M.V).
Ante la realidad que vivimos como país, cabe preguntarse si ¿aportamos vida a esta procesión?
Aportamos vida cuando escuchamos y nos hacemos parte de los dolores de nuestros hermanos, infundiendo en ellos esperanzas. Cuando acogemos a los jóvenes y manifestamos nuestra cercanía para que puedan comunicar sus anhelos más profundos. Cuando dejamos de ser espectadores y nos involucramos en la procesión de los que sufren y aportamos con hechos y actitudes significativas que permitan transformar y hacer mejor nuestro país.
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