Evangelio según San Juan 21, 1-19
Estamos frente a un lugar conocido, el Lago de Galilea, donde se desarrolla esta escena que relata Juan, en cuya ribera está Cafarnaún, pueblo desde donde Jesús comenzó su misión.
Están allí unos discípulos, siete en total, los más conocidos con nombre y dos anónimos. Al leer este texto que conoció en su tiempo la comunidad de Juan, hoy, para nosotras y nosotros puede tener otro sentido. Más allá del simbolismo del número siete que es plenitud, está la invitación a volver pescar en la región donde toda esta aventura de seguimiento de Jesús y su proyecto del Reino empezó. Como el mensajero les anunció “allí lo verán, como les había dicho” Mc.16, 7. Lo verán en Galilea cuando regresan al lugar de los comienzos, el lugar del llamado, el lugar de la misión.
Nos hace bien volver a nuestra propia Galilea donde recibimos el primer llamado, reiterado muchas veces después a lo largo de nuestra historia personal. Todos sin excepción hoy, lo podemos encontrar vivo en nuestra Galilea de todos los días.
Para los discípulos, la aprehensión, la tortura y muerte de Jesús ha nublado de dolor su percepción de la realidad. Intentan llevar la vida como antes, volver a lo cotidiano pero sin la presencia de Jesús el esfuerzo es grande y es poco lo que se logra, más bien se vive frustración, desaliento.
Jesús los interpela, los anima, los invita a la esperanza, a pescar de nuevo, y en el resultado el discípulo amado reconoce a Jesús. Hoy, nosotros y nosotras, sus discípulos ¿lo reconocemos en nuestras “pescas”, en esos llamados o encuentros con la gente? y a pesar del cansancio, de esfuerzos sin resultados, acudimos, escuchamos y a él lo encontramos.
Los discípulos traen de su cosecha, y la mesa se enriquece con los aportes de ellos. Con esas palabras “vengan a comer” Jesús invita a la mesa del compartir como tantas veces lo había hecho antes. Reafirma la entrega de sus discípulos por amor; son mensajeros de la alegría y Buena Noticia del reino.
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