Fr. Lino Miranda, OFM.
Convento Franciscano del Cerro Barón
VALPARAISO.
Este domingo el Evangelio nos invita a contemplar nuevamente nuestra relación con Jesús, quien nos ha llamado; y en los discípulos también nos exhorta a permanecer en él. Permanecer, ser constante, perseverar, continuar sin decaer, mantenernos firmes en el propósito primero de nuestra vocación. Él es la fuente de la alegría de nuestra existencia, por tanto, si permanecemos en su amor, viviremos en la alegría y en la plenitud, así nos lo asegura.
La clave para permanecer unidos a Jesús es cumpliendo sus mandamientos, y nos clarifica que su gran mandamiento es que nos amemos los unos a los otros como él nos ha amado. Amando como Jesús permanecemos en él y somos fieles a nuestra vocación. El evangelista también nos muestra a Jesús enseñando que quien vive en profundidad este vínculo de amor con él, lo evidencia amando los hermanos y se refleja con el gesto de “dar la vida”.
Jesús continúa con su acompañamiento y animación de sus amigos diciéndoles que él nos ha amado primero eligiéndonos e invitándonos a dar fruto en abundancia, por lo tanto, el Maestro desea que nosotros, sus discípulos, sus amigos, podamos hacer de nuestra vida un campo fecundo donde germine la semilla de su amor por medio de frutos abundantes de fraternidad con todos y todas.
Quisiera invitarles hermanos y hermanas a que en este domingo de modo especial podamos contemplar nuestro camino comunitario con quienes el Señor me ha llamado a caminar bajo el mismo carisma dentro de la vida consagrada y podamos evaluar de qué manera estoy viviendo el mandamiento del amor de Jesús en la vida cotidiana de mi vocación.
Nuestra vida consagrada sigue siendo llamada a estar atenta e inserta en las realidades que el mundo nos desafía hoy donde existe tanta necesidad de animación, escucha atenta, misericordia, justicia y de servicio fraterno, en síntesis: tanta necesidad del evangelio. Sin embargo, nuestras comunidades religiosas también deben ser espacios de evangelización de parte de nosotros mismos con la renovación permanente de los núcleos fundamentales que componen nuestros carismas, con el fin de atender, cuidar y proyectar nuestra vida comunitaria que muchas veces se ve afligida por la falta de vocaciones, por la edad avanzada de nuestros hermanos y hermanas y quizás también porque las estructuras nos agobian pues se mantienen aun cuando cada vez somos más pocos.
El permanecer en Jesús, la fuente de nuestra alegría y plenitud de nuestra vida consagrada, nos desafía siempre a contemplar, evaluar y proyectar nuestra vida fraterna a la luz de este mandamiento nuevo, que nos permita ir generando espacios renovados de comunión de vida en fraternidad, que fortalezca nuestro sentido de pertenencia al instituto en el cual hemos profesado y en él también la pertenencia a toda la Iglesia. Al mismo tiempo el vínculo profundo con Dios nos mueve a encontrarnos con los hermanos en sus virtudes y pecados, en la afinidad y en la diferencia, y descubrir que ellos son para nuestra vida un regalo que Dios ha puesto en el camino, con los cuales debo recomenzar a andar todos los días, pues desde allí nutrimos sin duda nuestro testimonio de unidad. Nuestras comunidades religiosas deben ser escuelas de comunión, alegría, estímulo, perdón y reconciliación. Quizás la historia de nuestra congregación en Chile tenga muchos hitos de alegría y gozo por la vivencia del evangelio, pero al mismo tiempo también tendrá profundas experiencias de dolor y oscuridades consecuencias del pecado, ante todas ellas estamos llamados a abrazar con humildad y, con esperanza, dejar que Jesús nos ayude a potenciar lo bueno y a sanar aquello que duele. Eso es lo que hacen los hermanos, se animan, se cuidan, se acompañan y se reconocen como hijos e hijas de un mismo Padre.
Todo lo anterior es una responsabilidad personal y comunitaria, pero sobre todo personal, pues el Señor me ha llamado a caminar con él en una relación íntima y profunda, que sin duda la comparto con otros, pero que al momento de llamarnos a su presencia nos pedirá cuentas. Es importante entonces que nos preguntemos: ¿Qué testimonio de fraternidad estamos dando a quienes comparten la vida en nuestras unidades pastorales? ¿Un joven o un adulto se sentiría atraído a formar parte de nuestra vida al ver nuestra vida de comunión fraterna? Y respondiéndonos a esto preguntarnos ¿Qué hago concretamente para permanecer en el mandamiento del amor de Jesús en mi vida fraternidad religiosa de la que soy parte? Espero y confío, hermanos y hermanas, que nuestras respuestas no serán de indiferencia o de justificaciones por no hacerlo; sino más bien una firme conciencia de que debemos volver a nuestro punto de partida: el permanecer en Jesús, pues permaneciendo con él daremos frutos nuevos y abundantes y daremos la vida por nuestros hermanos y hermanas.
Que este tiempo pascual nos ayude a renovar nuestra identidad dentro del carisma que el Señor nos ha llamado y, ya prontos a vivir un nuevo Pentecostés en nuestra vida de fe, escuchemos las invitaciones que el Espíritu Santo nos hace en el hoy de nuestra vida congregacional y eclesial.
Paz y bien.