Padre Jorge Moya – Eudista
Congregación Buen Pastor – San Felipe
Evangelio según san Juan (15, 9-17)
Dijo Jesús a sus discípulos: “Como el Padre me ha amado, así los he amado yo; permanezcan en mi amor. Si guardan mis mandamientos, permanecerán en mi amor; lo mismo que yo he guardado los mandamientos de mi Padre y permanezco en su amor. Les he hablado de esto para que mi alegría esté en ustedes, y su alegría llegue a plenitud. Éste es mi mandamiento: que se amen unos a otros como yo los he amado. Nadie tiene amor más grande que el que da la vida por sus amigos. Ustedes son mis amigos, si hacen lo que yo les mando. Ya no los llamo siervos, porque el siervo no sabe lo que hace su señor: a ustedes los llamo amigos, porque todo lo que he oído a mi Padre lo he dado a conocer a ustedes. No son ustedes los que me han elegido, soy yo quien los he elegido y los he destinado para que vayan y den fruto, y su fruto dure. De modo que lo que pidan el Padre en mi nombre se lo dé. Esto les mando: que se amen unos a otros”.
El domingo anterior, el evangelio nos situaba en el contexto de la cena donde Jesús se despide de sus discípulos. Allí les recuerda que si no permanecen en él, si no se mantienen firmes en las enseñanzas que les dio, si dejan de alimentarse de su Palabra y anteponen su propia voluntad a la del Maestro, se secarán y su vida será completamente estéril.
Hoy, continuando su exhortación, Jesús les recuerda que el principal de sus mandamientos, la esencia de su mensaje y enseñanza, el distintivo más claro de que son sus discípulos y “permanecen” en Él, el motor y la fuente principal de la cual brotará vida en abundancia para ellos y para el mundo, es el amor: “Como el Padre me ha amado, así los he amado yo; permanezcan en mi amor”. No les pide algo imposible o algo que Él no les haya mostrado con su vida y, después, con su Pascua redentora: “Porque tanto amó Dios al mundo, que le entregó a su Hijo único, para que todo el que crea en Él no perezca, sino que tenga vida eterna” (Jn 3,16). ¿Quién puede hablar mejor del amor e invitar al amor, que Aquel que murió en la cruz y resucitó a la vida?
Pero, ¿cómo amó Jesús? ¿Qué significa eso de que debemos amarnos unos a otros como Él nos amó? Al repasar las páginas de los evangelios no necesitamos esforzarnos mucho para encontrar a un Jesús cuya vida y gozo era acercarse a los enfermos, a los pecadores públicos, a los extranjeros, a los ancianos y a los niños, al pescador y a la prostituta, al esclavo y a todo desechado por la sociedad de su tiempo. Todos ellos vagaban “como ovejas sin pastor”, sin sentirse amados ni tenidos en cuenta por nadie, excluidos, descartables, como muertos; pero Jesús, con sus palabras y sus gestos, con su cercanía y ternura, les comunicó una “buena noticia”, una alegre noticia: Dios es su Padre, ustedes son sus predilectos, Él los ama como nadie.
¿Acaso hay mejor noticia que esa? ¿Puede haber alegría más grande? «Les hablo de esto para que mi alegría esté en ustedes y su alegría llegue a plenitud”, dice Jesús a los suyos. Sin amor el cristianismo se torna triste, opresor, lleno de escepticismo y desesperanza, de lamentos y pesadumbres. El amor que nos pide y nos da Jesús, en cambio, le da sabor a nuestra vida y sentido a cada cosa que hacemos; nos permite descubrir en lo cotidiano ese “hilo conductor” que santifica todo y fecunda los esfuerzos más pequeños; nos llena de entusiasmo y nos hace creativos ante los desafíos diarios; incluso ante el dolor, el sufrimiento y la muerte, la alegría del amor cristiano se convierte en el soporte que no nos permite desesperar.
Buena reflexión. Jesús nos habló todo el tiempo del amor