Hna. María Alicia Briseño
Hijas del Espíritu Santo (mexicanas)
El evangelio de este domingo nos vuelve a la centralidad de nuestra vida, la relación con Dios que es Padre Madre y Jesús su enviado.
A la luz del Evangelio, recordar este texto del Pan de Vida, nos lleva a la centralidad de nuestra vida. En el texto Jesús parte diciendo “Yo soy el pan bajado del cielo”. Y por otro lado también nos recuerda que “Nadie puede ir a Jesús si el Padre no lo llama o no lo atrae”.
Como leemos en el texto Cuando Jesús se presenta como el Pan de vida, los judíos no le creyeron. Al reflexionar en este texto, vienen muchas ideas a mi mente que he tratado de llevarlas al corazón.
En primer lugar, han sido varios días en los que he experimentado fuertemente la presencia de este Dios Padre lleno de misericordia en mi consagración religiosa, el experimentar este llamado del Padre que nos llama a seguirlo, nos hace la invitación al igual que a Jesús a convertirnos también en pan de vida para otros.
Hoy siento una gran invitación a decirle al Padre dime cómo ser ese pan de vida en el aquí y ahora de la historia que estamos viviendo.
La respuesta que he encontrado es aprender a estar en silencio para escucharlo, en sencillez, amor y esperanza. Ser ese pan que se parte y se comparte para dar vida.
Por otro lado, desde hace un mes para acá me he sentido muy sacudida por Dios frente a la muerte violenta de un sobrino, que ha traído mucho dolor a la familia. Desde este acontecimiento he mirado al crucificado con los ojos de la fe y he descubierto cómo cuando Jesús va a la cruz y entrega su propia vida, se convierte en pan de vida para otros.
La invitación hoy de parte del Señor para nosotros consagrados es ser signos creíbles del amor misericordioso del Padre, a seguir alimentándonos del pan de la Palabra y de la Eucaristía, para hacernos alimento en este tiempo de pandemia, en las distintas situaciones de muerte, también a ser generadoras y generadores de vida en medio de la tristeza, del dolor y de tantas pérdidas que estamos viviendo hoy.
En todas partes hay una comunidad hambrienta de amor, de esperanza, de consuelo, de compañía y de escucha.
¿Soy realmente en donde estoy ese pan de vida, que da generosamente a los demás su tiempo, su atención, su servicio y su cariño?
¿Soy un signo de esperanza, hablando a los demás de mi fe en la vida eterna, de manera especial a aquellos que ante la pérdida trágica de un ser querido sienten que su dolor es más grande que su fe?