Sor Iris Inostroza Rivas, fma.
El texto de Mateo nos pone ante la situación de cómo esperar el Reino de Dios. Y lo pone en el contexto de personas, en este caso “muchachas”, que salen a encontrar al Señor que ya viene, una llegada inminente. Y utiliza dos elementos que son centrales para ir a encontrarlo: las lámparas personales y el aceite para esas lámparas.
Como el Señor se demora en regresar, más de lo que pensaban, el evangelista plantea que se pueden dar dos tipos de realidades: una, de las personas que se preparan con mucha conciencia, que tienen en cuenta las acciones que son necesarias para la espera; y la otra realidad, son las personas que, sin pensarlo, no se preparan, salen como están. Todas son vencidas por el sueño. ¡Pero llega!, como lo había anunciado llega, y todas reciben el aviso, pero aquí parten las consecuencias de la diferente preparación: sólo las que tenían su lámpara y aceite adicional se encuentran con el Señor y entran a la fiesta, las otras, a las que se les apagaban sus lámparas, no; el Señor ni siquiera las reconoce.
Frente a esta diferencia viene el llamado final: “estén atentos, porque no saben ni el día ni la hora”.
También nosotros podemos estar como esas muchachas, esperando que el Señor se manifieste ¡ya!, y nos solucione todos o alguno de los problemas y situaciones personales y sociales que nos agobian.
¡Cuántas veces sentimos que el Señor tarda!, que ya no damos más, que la situación no tiene solución y no sabemos dónde vamos a parar.
Lo cierto es que, como las muchachas de la parábola, sabemos que el Señor cumple su Palabra, que a media noche o al despuntar la aurora Él llegará y podremos compartir su paz y felicidad que no tienen fin. A nosotros nos toca ocuparnos en tener el aceite que mantenga encendida nuestra lámpara. ¿Qué aceite? El aceite de la oración, de la lectura de su Palabra, del compartir en fraternidad, del respeto y cuidado por el otro y por la creación, es decir, el aceite de hacer vida su Palabra; porque no basta con decirle “Señor, Señor”, sino que hay que cumplir la voluntad del Padre (Mt 7,21).
¿Cómo me preparo yo para salir a recibir al Señor que viene? No dejemos que el amor se enfríe, seamos como las prudentes, atentas a los pequeños y grandes detalles.