La esperanza (Mt 21, 33-43)
Lourdes López, fmm
Nuestro seguimiento de Jesús nunca es un camino lineal ya que es un proceso profundamente humano de encuentro personal e interpersonal y sobretodo de encuentro con Dios.
Probablemente, ante toda la violencia que enfrenta nuestro mundo: Palestina, Siria, República Democrática del Congo, Ucrania, nuestros pueblos latinoamericanos; nuestras retinas están llenas de imágenes dolorosas, rostros desgarrados, familias separadas por la migración forzada y, ante toda esta realidad, nuestro caminar humilde es tan pequeño que el gran riesgo es perder la esperanza, ver cómo las fuerzas políticas y económicas masacran los y las herederas de Dios y allí, incluso cuando han asesinado al Hijo, Dios nos invita a la esperanza.
Esta semana finalmente ha comenzado una etapa esencial en el proceso sinodal de nuestra Iglesia y se nos ha invitado, no sólo a quienes participan físicamente en el Vaticano, sino a todo el pueblo de Dios a un proceso de Escucha y discernimiento donde la única autoridad es la Ruah de Dios.
El Padre Radcliffe OP, durante el retiro previo a la asamblea sinodal insistió en estar unidos y unidas en la esperanza de la Eucaristía. ¿Cómo podemos vivir una Esperanza Eucarística, si nos estamos matando como seres humanos? ¿Cómo ser signos de Resurrección en medio de tanta violencia y muerte que toca a nuestra humanidad?
Creo que el camino Sinodal al que Nuestro Hermano el Papa Francisco nos invita, tiene que ver mucho con este Evangelio; pero también nuestras vidas y nuestras comunidades. No podemos negar que dentro de nuestras comunidades vivimos también la violencia, una violencia a veces pasiva, a veces clara y que está marcada por nuestras historias personales heridas; así vemos que las personas que habían rentado la viña tenían ya en su corazón una amargura y resentimiento contra el dueño. Lo esencial aquí, desde mi perspectiva, es que seamos cada uno/ una y como comunidad capaces de reconocer nuestras violencias, nuestras heridas; poner nombre a aquello que nos duele. Si como Iglesia Sinodal, como comunidad y personalmente nos atrevemos a “desvelar” el dolor, es posible que podamos comenzar a aprender cómo cuidar de la viña…
Cuidar de la Viña, no porque “es de Dios”, no por “el qué dirán”, no porque “me toca” … sino por el movimiento interno que surge del amor incondicional que hemos recibido de Dios.
Solamente podremos entrar en un proceso sinodal si nos re-conocemos misericordiadas/ misericordiados, si el cuidar de la Viña nace del Amor profundo que hemos experimentado… si la escucha, el discernimiento, surge de una relación profunda de amistad entre nosotros/as.
Que el Dios de la Esperanza nos haga renacer en Su Amor.