Fr. Lino Miranda, ofm.
Fraternidad de Rapel de Navidad
Conferre Diócesis de Melipilla.
Este sexto domingo de pascua hermanas y hermanos, los textos litúrgicos nos siguen introduciendo en el gran misterio de la Trinidad, donde su esencia es el mutuo amor entre el Padre y el Hijo y que viene a ser derramado en el Espíritu Santo a la comunidad de creyentes reunida, así como nos narra la primera lectura de la liturgia de este domingo. Los domingos anteriores san Juan nos ha ido enseñando la unidad existente entre el Padre y el Hijo, y esa misma unidad quiere ser vivida en la experiencia comunitaria. Es en la comunidad reunida, orante, creyente, fraterna y misionera donde se encarna la esencia de Dios, en donde cada miembro se vuelve un elemento importantísimo en la construcción de este cuerpo que es la Iglesia y cuya cabeza es Jesús, el Señor.
Quisiera simplemente concentrar esta reflexión en estos dos verbos que nos presenta el texto: guardar y permanecer… y cómo ambos nos instan, como vida consagrada, mantener vivos los ideales de nuestra forma de vida evangélica la cual hemos profesado, pues sólo en el amor verdadero encarnamos una vida religiosa más genuina/auténtica en sintonía con este Dios Trinidad que nos convoca y nos llama diariamente y que vemos tan bien reflejada en el testimonio de los Hechos de los Apóstoles: un mismo espíritu derramado sobre los fieles para constituir una única Iglesia de creyentes fieles en Jesucristo, el rostro del Padre, en cuyo amor nos movemos y existimos.
Cuando el texto nos habla de “guardar” haciendo referencia a sus mandamientos, esta palabra me llega más profundamente que el hecho de “cumplir”, es decir, tener un movimiento acatando una especie de orden que no necesariamente pasa por mi corazón, lo entiendo más bien como algo externo, un movimiento sin mayor transcendencia interior; sin embargo el verbo “guardar”, me invita más a la interioridad, a la profundidad, a almacenar como un gran tesoro aquello que se me entrega, porque en algún momento necesitaré de ello; con esto se me viene a la mente las palabras que me dirigió alguna vez quien fuera mi maestro en tiempos de juniorado (profeso temporal), quien me decía que día a día el Señor me invitaba a cultivar todo aquello que me iba regalando, pues aquello, como semilla puesta en los surcos de mi corazón, germinaría y daría fruto en la medida en que me disponía, como buena tierra, a que creciera… y eso era posible en cuanto me dejara nutrir y fertilizar por el amor verdadero de Dios. Por lo tanto, guardar los mandamientos de Dios y cultivarlos en mi vida, sin duda van posibilitando que desde mi interior y desde ahí hacia toda mi persona vaya uniéndome mucho más a Aquel que es dador de todo Bien, Sumo bien y bien total.
Este “guardar” los mandamientos, es condición, nos dice Jesús, para “permanecer” en su amor. Si bien, Dios provee y proveerá lo necesario para mantenernos en su presencia, estoy convencido que desde nuestra respuesta humana al llamado divino, se nos exige la perseverancia del “permanecer” en él, y tener la convicción de que en el camino de la vida, y de modo particular en nuestra vida consagrada, nos existe un “hasta aquí no más…”; me explico, creo que no existe en nuestro peregrinar como religiosos un “estoy formado”, pues la novedad del Evangelio puede iluminarnos y sorprendernos siempre en la vida, y por lo tanto no hay edad para creer que ya no es necesario permanecer en esta vid verdadera que nos nutre de lo necesario para poder estar más profundamente unidos a ella y así garantizar dar frutos, y frutos en abundancia. “Permanecer” para mi significa el sabernos siempre necesitados del auxilio del Señor; “permanecer” significa de sabernos siempre “mendicantes de sentido”, es decir de ser permanentes buscadores de un Dios que no se deja poseer por entero, sino que se exilia de su gloria para hacerse experiencia encarnada y porque desea que nos pongamos en camino siempre, y así encontrarle.[i] “Permanecer” sígnica no apagar el espíritu de oración y devoción al cual todas las cosas deben servir, [ii] permanecer significa cultivar las sanas relaciones fraternas, que nos permitan vivir la alegría del evangelio, valorando el gran regalo de la vida del hermano y de la hermana, apostando por el diálogo respetuoso y solidario en vez del debate de ideas, de cuidarnos en la enfermedad y en el pecado; de desterrar todo tipo de envidia y malos tratos para dar espacio a la gratuidad, la amistad y el servicio. Permanecer significa que en cada momento somos portadores de una buena noticia, puesto que el Evangelio de Jesús en la vida del cristiano no se jubila, menos en nuestra vida consagrada en donde hemos hecho voto público de vida evangélica, permanecer en el amor de Jesús nos hace ser predicadores de palabra, pero sobre todo de vida, y la savia nueva de nuestros religiosos jóvenes vienen a inyectar vitalidad a nuestra misión, acojamos su aporte con alegría como también la de nuestro hermanos y hermanas mayores, recibamos su testimonio con gratitud y los que quizás no somos ni jóvenes, ni mayores, las palabras de Jesús nos exhortan a vivir con pasión nuestro presente, nuestro hoy con los gozos y las alegrías de los años recorridos, las fracturas y los fracasos que pueden ser muchos; no dejar que las estructuras asfixiantes consuman nuestra vitalidad, sino más bien, tener la osadía de que este “permanecer” implica seguir perseverando en poner en el centro de nuestra vocación a Jesús, y hacer de nuestro presente el espacio de renovación permanente del Sí Generosos a este Dios Trino y Uno que nos ha enamorado.
Creo que esto, y sin duda muchas otras cosas que ustedes, mis
hermanos y hermanas, pueden aportar, nos ayudan a seguir haciendo experiencia
comunitaria, pues sólo desde el amor que viene de Dios, podemos sensibilizarnos
a la acción del Espíritu Santo, así como lo vivieron los Apóstoles en su tarea
evangelizadora, y disponernos siempre a la posibilidad del encuentro, el diálogo,
la unidad y la fraternidad solidaria en
nuestra vida consagrada.
[i] Cf. RODRIGUEZ CARBALLO, JOSE, Carta a los Hermanos Jóvenes, Roma, 2006.
[ii] Cf. Carta a San Antonio, San Francisco de Asís, ESCRITOS DE SAN FRANCISCO, BAC, Ed. 2006.