Preparando el corazón para recibir al Señor
Mc 1, 1-8
Hna. Miriam Muñoz
Marín Religiosa Filipense
El evangelio del segundo domingo de adviento viene cargado de significados para nuestra preparación a recibir al Dios con nosotros, el Emanuel.
Juan elegido desde su humildad, desarrolla un papel preponderante para anunciar como mensajero y testigo el acontecimiento de la gran promesa hecha por Dios de traer al mundo a su hijo unigénito para la salvación del mundo.
Juan es la «voz que clama en el desierto», proponiendo ese espacio de silencio, de soledad, que se convierte en el escenario ideal para encontrarnos con Dios. La elección de este entorno inhóspito resalta la necesidad de apartarnos de las distracciones del mundo y buscar una conexión más profunda con lo divino. Preparar el camino nos desafía a tomar medidas no solo del entorno físico, sino también el terreno del corazón, allanando los senderos internos para una experiencia más profunda de arrepentimiento, perdón y encuentro con el amor redentor de Dios.
Juan antes de la llegada del Salvador, invita sumergirse en el bautismo de conversión para que nazca alguien nuevo, una persona liberada que abraza la oportunidad del nacimiento de una nueva persona por la acción transformadora del Espíritu Santo que nos ofrece Dios por medio de la pronta llegada de su Hijo.
Juan, como mensajero nos enseña que lo importante, es el mensaje que anuncia, afirmando que él es solo un precursor, un siervo humilde ante la grandeza del Mesías anunciado. Su humildad se destaca cuando reconoce que no es digno de desatar la correa de las sandalias de aquel que viene después de él. Este gesto de desatar las sandalias, una tarea degradante en la cultura de la época, enfatiza que la figura de Cristo está sobre la suya.
Con pasión Juan cumple a cabalidad su misión de preparar el camino, destacando la importancia del Salvador que está por llegar.
En este tiempo especial de espera que seamos capaces en medio de la cotidianidad, que nos mantiene en mil ocupaciones para hacerle espacio a Dios en nuestras vidas. Que “allanemos el camino”, es decir, quitemos todos esos obstáculos que hay en nuestros corazones y actitudes que impiden la venida del Señor.
Jesús que es buena noticia, que produce alegría y esperanza venga a la vida de cada persona que abre su corazón para dejarlo entrar y así convertirnos en sus mensajeros para proclamar su mensaje en medio de nuestros ambientes y realidades donde habitamos.