La Santísima Trinidad Modelo de Amor
Hna. Miriam Muñoz
Religiosa Felipense.
La Iglesia nos invita a reconocer una vez más con un énfasis especial a la Santísima Trinidad como el centro de nuestra fe, una oportunidad para celebrar el gran don de vivir y de ser parte de la comunión entre el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo.
Hace unos días compartí una oración de bendición junto a una familia compuesta por unos jóvenes padres y su hijo de un poco más de tres años. Me emocionó ver al pequeño desde su inocencia y ternura haciendo la señal la cruz y en su “media lengua” invocando a la Santísima trinidad. Así se va revelando Dios poco a poco desde un gesto simple pero tan profundo a la vez.
En este grupo familiar observaba la cercanía, el amor y la unidad. El Papá tenía de la mano a su hijo lo que representaba su protección, su compañía y no me cabe duda que la mamá es quién le enseñó a santiguarse y rezar el ángel de la guarda. Tres personas distintas pero una sola familia que comparten la vida cada uno ofreciendo sus dones a la humanidad, porque están animados al igual que nosotros por la Santísima Trinidad.
La señal de la cruz es el primer gesto que desde de la infancia nos acerca a Dios y nos lleva a tomar conocimiento de su existencia. En la fe infantil la Santísima Trinidad es vivida con sencillez y naturalidad y no buscamos mayor explicación porque no se puede describir aquello que experimentamos desde la fe que nos acompaña por siempre. Las promesas de Dios no son pasajeras, sino que su sello es indeleble. Dios nos regala la vida, Jesús nos da su vida y el Espíritu Santo nos regala sus dones para hacernos conscientes de esta gran verdad.
Los que tenemos la alegría de creer en Dios como Dios-Padre damos testimonio de su gran amor, dando gracias porque se nos manifiesta en ofrecernos lo más preciado como es el Dios-Hijo que a su vez tanto nos amó que se entrega hasta la muerte en cruz, . Para acercarnos a esta revelación Dios es el Dios-Espíritu, fuerza que nos sostiene y empuja a descubrir y hacernos consciente de la realidad en la que nos toca vivir para transformarla.
Que sigamos cultivando la oración que conduce a tener presente el amor del Padre, del Hijo y Espíritu Santo y que se enraíce en nuestro interior para que brote el amor como lo esencial para construir una comunidad más humana que nace de la divinidad que nos habita y que recibimos como don a través del sacramento del Bautismo.