Evangelio Según San Mateo 25, 1-13
El Reino de los Cielos será semejante a diez vírgenes, que, con su lámpara en la mano, salieron al encuentro del novio. Cinco de ellas eran necias, y cinco prudentes. Las necias, en efecto, al tomar sus lámparas, no se proveyeron de aceite; las prudentes, en cambio, junto con sus lámparas tomaron aceite en las alcuzas.
El reino es esta metáfora maravillosa, que quiere expresar la experiencia vital permanente de la presencia salvífica de Dios en medio nuestro. ¿Podemos vivir siempre consientes de esto? Pues no; la mayor parte de nosotros, gran parte del tiempo, deambulamos en una fe que espera algo en el futuro y por lo mismo, en nuestra cotidianidad olvidamos la tensión que supone vivir cada momento de la existencia desde la radicalidad evangélica, que en momentos, nos pone en jaque, al estar en un mundo de claro-oscuros, en permanente cambio y evolución.
A no olvidar, nosotros/as mismos/as somos las vírgenes necias y es la absoluta misericordia de Dios que vela por nosotras/os, quien nos está permanentemente llamando a la prudencia, traducida en este caso como estar alertas a descubrir la maravillosa obra de la Providencia, en quien somos, nos movemos y existimos.
Jesús Maestro insigne y supremo de la humanidad, ilustra en esta parábola el Reino: Para Jesús el Reino es una realidad al alcance de todos, es un transmisor de la Verdad compartida por su Padre en el Espíritu Santo; el Reino es una fiesta magnífica.
El novio llega y las vírgenes con sus lámparas aún llenas del óleo que las alimenta lo reciben con gozo con la luz emanada de sus lámparas. Las necias han perdido la única oportunidad para la que fueron preparadas y se quedan fuera de la boda y del banquete. La falta de preparación es la causa de la exclusión del banquete.
Las diez doncellas es la Comunidad que aguarda «Velad porque no sabéis el día ni la hora» Hay que estar preparados con aceite en las lámparas, porque la luz viva de ellas se convierte en signo de la Fe y de la Esperanza vigilantes.
El Papa Francisco nos dice que: “El problema no es «cuando» sino el estar preparados para el encuentro; ni siquiera saber «como» suceden las cosas sino «como» debemos comportarnos hoy, mientras las esperamos. Estamos llamados a vivir el presente, construyendo nuestro futuro con serenidad y confianza en Dios. Mirar nuestros días con una óptica de esperanza.
Es esa virtud tan difícil de vivir: la esperanza, la más pequeña de las virtudes, pero la más fuerte. Nuestra esperanza tiene un rostro: El rostro del Señor Resucitado, que manifiesta su amor crucificado, transfigurado en la Resurrección. La demostración de que el sacrificio de uno mismo por amor al prójimo y a imitación de Cristo, es el único poder victorioso….»
Señor que te revelas a quienes saben esperarte velando, queremos mantener encendidas en la noche la Fe y la Esperanza hasta que despunte la aurora luminosa de tu llegada. No permitas que se nos embote el sentido cristiano, danos tu sabiduría para ser sensatos y saber discernir, percibir tus continuas venidas a nuestro mundo y a nuestra vida. Ayúdanos a mantener siempre ardiendo la lámpara de la Fe que tú encendiste en nuestro Bautismo, alimentándola con el amor y la fidelidad creativa de nuestra cotidianidad, caminando a su luz y al encuentro contigo. Amen.
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