Hna. Alejandra Cortez Espinoza
Religiosa de María Inmaculada
Quien ha experimentado el amor, sabe perfectamente que esa vivencia nos torna dóciles frente a la persona amada, así, por ejemplo, si tuvimos de niños/as una buena relación con nuestros padres, se nos hizo mucho más fácil acoger todo aquello que nos enseñaban porque sabíamos que lo hacían por amor. Cuando nos sentimos amados/as, la respuesta, por lo general es amar.
En este pasaje, Jesús se refiere precisamente al amor que fluye y responde amando en una acción concreta que es guardar sus mandamientos. Quien experimenta la fuerza del amor de Jesús no puede sino entregarse a esa honda experiencia que plenifica la vida y le da consistencia y sentido porque él es el sentido, y cumplir con sus enseñanzas es lo que dinamiza y alegra el corazón. Se produce algo así como un ida y vuelta: nosotros/as, iluminados/as por su amor, intentamos guardar sus mandamientos, y él ruega al Padre que nos envíe al Espíritu que estará siempre con y en nosotros/as, animando y confortando el camino, manteniendo viva la presencia de Jesús.
Pero…para ninguno de nosotros, que nos hemos consagrado a Dios, es ajena la incertidumbre y a veces incluso la desolación ante la realidad social, para la cual, nuestro estilo de vida parece rancio, tan distante de los intereses de la gente; y, sin embargo, sabemos y creemos que nuestra manera de existir puede dar vigor y esperanza a tantas personas que necesitan razones para seguir viviendo.
Creo que muchas veces se nos hace pesado y difícil seguir a Jesús como religiosos/as porque nos olvidamos de esta promesa suya de continuar estando por medio de su Espíritu; de hecho, desviar la mirada de Jesús nos enreda en callejones sin salida donde las sombras de los problemas institucionales nos impiden ver con los ojos de la fe las novedades de Dios, que se expresan en ese soplo de la Ruah que va actualizando nuestra misión y mostrándonos rutas por las cuales nuestros carismas puedan transitar en un servicio que tenga el sello de Jesús y por lo tanto, ofrezca vida y dignidad a cada persona.
La experiencia del amor nos lleva a amar, y entrar en la dinámica del amor divino. Hoy, nuestro Dios nos sigue animando en medio de tiempos difíciles donde nos parece que somos menos, donde nos desilusionamos cuando nuestras palabras y esfuerzos parecen inútiles, donde nuestra incidencia como cristianos/as y religiosos/as pareciera ser escasa en la sociedad; sin embargo, él es capaz de hacer nuevas todas las cosas y reflotar todo lo que a nosotros/as nos parece hundido. Sólo hace falta creer y confiar en que jamás nos dejará solos/as y nos acompañará “todos los días hasta el fin del mundo”.