Hna. María Salomé Labra, SSpS
El evangelio nos coloca en la escena de la celebración de una boda, una fiesta que convoca a la familia, a los amigos, a la comunidad. ¿Quién no desea participar en una fiesta? De ahí que, sorprende la respuesta de no acogida a la invitación que hace el Rey. El texto despierta la pregunta ¿cómo es posible que los invitados se van, unos a sus tierras, a sus negocios e incluso maltratan a los criados y no acogen la invitación a la fiesta que han recibido?
El rey insiste, con su invitación comunicando incluso la comida que tiene preparada, con todo, los convidados no asisten. Esta negación, abre la posibilidad hacia otros: “Id a los cruces de los caminos y a todos los que encontréis, llamadlos a la boda”. Así, llegan a la boda muchos comensales de todo tipo y cuando el rey comienza a saludarlos, descubre que uno de ellos “no llevaba traje de fiesta” por lo cual fue excluido de la celebración. El relato nos vuelve a sorprender con una contradicción, ¿cómo va a llegar con traje de fiesta alguien que fue abordado en el camino?… es un texto que me desconcierta e interpela.
Me siento ante un texto complejo, y a medida que lo sigo meditando, me lleva a la vida y realidad que vivimos en nuestro hoy ¿cómo tener presencia plena allí donde estamos? ¿cómo participar de la fiesta si en muchas ocasiones estamos distraídos por las redes sociales, por las urgencias a resolver, por las expectativas a cumplir?, ¿Dónde está manifestándose el Reino de Dios en estos momentos?
Como el evangelio nos lo señala, todos estamos invitados a participar en el banquete del Reino. ¿hemos escuchado la invitación o como los invitados de la boda, seguimos con nuestras cosas sin afinar el oído y la escucha del corazón que nos habla de los anhelos de encuentro, comunión, alegría y paz con todos? Todo está preparado, sin embargo, caminamos distraídos, buscando ganar más, conseguir mejores posibilidades, sin escuchar los anhelos profundos del corazón y las posibilidades de disfrutar la belleza de su presencia que tenemos delante de nuestros ojos.
En estos días, como comunidades cristianas estamos acompañando con gratitud y alegría la experiencia sinodal que un grupo de hermanos realizan en Roma, todos convocados a ser parte de esta fiesta en que juntos buscamos escuchar al Espíritu y discernir como insertarnos en el Reino de Dios y vivir el banquete en que todos podemos participar. Al mismo tiempo, siguen aconteciendo situaciones de violencia, de dolor, de muerte que nos sorprenden y acongojan el corazón. A la guerra entre Ucrania y Rusia, se suma ahora la lucha entre Israelitas y Palestinos, sin olvidar, la Guerra de Sudán, de Siria, Yemen entre otras. Situaciones que favorecen luego la migración, la trata, el empobrecimiento de los pueblos, el deterioro de la salud física y mental… junto a la solidaridad, la resiliencia y anhelo de vida y de lucha que emerge en medio de la incertidumbre y la violencia. El Reino de los cielos es una invitación a entrar en la fiesta de la vida, y necesitamos parar, hacer silencio y decidir donde queremos estar, qué estamos dispuestos a dar y donde queremos apostar…
En medio de este mundo que nos invade con informaciones, que nos roba la atención, que nos vuelve consumidores y no actores de nuestras vidas, que con las noticias reiteradas favorece nuestra indiferencia ante el dolor de los hermanos, somos invitados a colocarnos el traje de fiesta: a centrarnos, sentirnos pertenecientes, a cultivar la reciprocidad con todos, a salir al encuentro y entrar en comunión. Estamos invitados a estar presentes en el banquete de la vida ¿estoy dispuesta a entrar a la fiesta? ¿Qué actitudes necesito cultivar llevar el traje adecuado para la fiesta?
Invoquemos la intercesión de Santa Teresa, quien supo escuchar su entorno histórico y llevar adelante la obra de renovación de la vida consagrada que su tiempo requería. ¡Que ella, nos regale el coraje de aceptar la invitación a entrar en la fiesta de bodas de Jesucristo!
