La voz que definen nuestra identidad
Claudia Lazcano Cárcamo
El evangelio de Marcos hoy nos lleva a compartir el camino de los discípulos por los poblados de la Cesarea de Filipos de esta época. Sí, en tiempos de Jesús se describía esta tierra como prospera, con influencia pagana, y con pueblo que espera a un Mesías libertador. En ese contexto es cuando Jesús quiere averiguar que piensa la gente de Él, y al leer pausadamente vemos que Jesús quiere sondear el corazón de sus discípulos “Jesús salió con Sus discípulos a las aldeas de Cesarea de Filipo; y en el camino preguntó a Sus discípulos: «¿Quién dicen los hombres que soy Yo?» Le respondieron: «Unos, Juan el Bautista; y otros, Elías; pero otros, uno de los profetas.» Él les preguntó de nuevo: » Pero ustedes, ¿quién dicen que soy Yo?» Al hacer esta senda siguiendo la huella de Jesús podemos comprender que esa pausa de silencio, sin respuesta no es providencial. Es el resultado de la experiencia con Jesús y el pensamiento cultural que predominaba en el pueblo de Israel; El Mesías, que les liberaría de la opresión. Por ello la pregunta busca descifrar cual es la identidad de Jesús para sus apóstoles. Pedro logra ese momento de lucidez que le lleva a proclamarlo como el Mesías, es la voz que va a simbolizar las voces de todos los presentes allí “Tú eres el Cristo (el Mesías),» Le respondió Pedro. Contradictoriamente a lo esperado Jesús, después de escucharle pide que no hablen con nadie acerca de Él.
En la actualidad hay muchas voces que nos quieren indicar el camino como en el tiempo de Jesús: con distintos propósitos, lenguajes y creencias entorno a su figura o cualquier otro ente que nos brinde el bienestar exitista que la sociedad nos ofrece. Especialmente frente a la eterna juventud, al dolor y a la muerte. Entonces por qué hacer esta reflexión. Si parece que, está todo dicho, solo debemos aplicar la receta: instantaneidad mágica, falta de equidad, indiferencia, oportunidad y estereotipos mal definidos o acomodados a una intencionalidad que en ocasiones raya en la demencia. Justamente es valida porque nuestro ser creyente entra en confusión, al igual que en los discípulos. Si la pregunta se invirtiera y hoy el Señor te preguntase ¿Quién dice la gente que eres tú? Cuál sería la respuesta. Primero, una gran pausa de silencio. Posteriormente trataría de sintetizar qué dicen mis redes sociales, más tarde Tal vez… y solo si tuviese el suficiente valor preguntaría a alguien cercano. En todo ese tiempo Jesús seguiría mirando y oyendo con ternura infinita este silencio tuyo lleno de ruidos. Hasta volver a preguntar ¿Quién eres tú? Seguramente sin mediar palabras bajaría la cabeza diciendo: esta que tu conoces desde siempre es lo que soy. Cada cual puede ponerse en el lugar de Pedro; reconociendo con premura a Jesús como su Señor y a la vez admitiendo que aún no he logrado comprender del todo su Misión. Es necesario callar y hacer silencio para escuchar, a callar otras voces para seguir solo una voz “Jesús les ordenó terminantemente que no dijeran nada acerca de Él”
Profesar la fe es mucho más que repetir tibiamente una oración, o querer acomodar a la novedad de turno nuestro ser cristiano. Profesar la fe, es admitir que no siempre tus valores y creencias serán aceptadas. En ocasiones no serás comprendido, serás descalificado o incluso expuesto en tu fragilidad más humana. Y todo esto Jesús lo sabe, por ello al igual que los apóstoles necesita repetir sus enseñanzas y nosotros volver a ellas. No porque somos mejores que otros, sino porque ese es el itinerario de todo creyente. Dejar que la sociedad, tus redes sociales, los no creyentes y las políticas de turno decidan quién eres tú y como debes vivir tu vida. Esto significaría aceptar que tu Pedro interior te aparte y te reprenda pidiéndote que aceptes que esto es lo debido. “El hijo del hombre debía sufrir mucho y ser rechazado por los ancianos, los sumos sacerdotes y los escribas; que debía ser condenado a muerte y resucitar después de tres días; y les hablaba de esto con toda claridad. Pedro llevándolo aparte, comenzó a reprenderlo”
La fe que hemos heredado y cultivado en la senda de la redención no se tranza por un bienestar pasajero, un “me gusta” o una falsa superioridad moralista. Creer en Jesús resucitado es creer que es Señor de mí vida en todas sus etapas, en todas sus relaciones y por sobre todo es Él, quien define mi identidad como discípula profundamente amada y unida a su identidad como Hijo de Dios; en valores, palabras, acciones y donación por un bien común. Que nada ensombrezca nuestro ser creyente, aún en medio de la confusión, de la cruz o del silencio vacío de un sepulcro. Que esa chispa de lucidez amorosa de este Pedro que nos habita nos lleve siempre a descubrir a Jesucristo por sobre nuestras aspiraciones humanas y amar nuestra cruz de cada día, con la mirada trasfigurada por la voluntad del Mesías.