“mirando a sus discípulos, les decía…”
Lc 6,20
Hna Claudia, ap
Luego de estar toda una noche en oración y elegir a sus apóstoles, a los que serán sus “enviados” para proclamar la “buena noticia”, Jesús se encuentra con un gran número de discípulos y una muchedumbre que ha venido a escucharle y ser sanada de sus enfermedades. San Lucas nos señala que dirigiendo la mirada a sus discípulos, el Señor proclama las Bienaventuranzas.
Aquello que Jesús ve: pobreza, hambre, llanto, persecución claramente no es el querer de Dios para su pueblo, para cada uno de nosotros; si bien es cierto “alegría y llanto” están presentes en nuestra vida y todos pasamos por esos momentos, como bellamente lo describe Violeta Parra “…me ha dado la risa y me ha dado el llanto, así yo distingo dicha de quebranto, los dos materiales que forman mi canto y el canto de ustedes que es el mismo canto” el “dolor” o la “pobreza” que viene del abuso, de la indiferencia, de la tiranía de unos por sobre otros nunca podrá encontrar su justificación en el querer de Dios y por tanto no se sostiene como lo han mostrado tantas páginas de la historia.
Si queremos tener la “vida en abundancia” (cfr Jn 10,10b) que Jesús nos trae es necesario buscar la felicidad mediante el camino trazado en las bienaventuranzas y que no es otro que ir adquiriendo cada vez más un corazón de pobre, del que sólo tiene y espera en Dios; es ir soltando aquello que no se necesita venciendo la tentación de la codicia, es enfrentar firmemente y desenmascarar la falacia de que el “tener” está por sobre el “ser”, es confiar no en la propia fuerza sino en un Dios padre y madre que nos es indiferente ante el dolor de sus hijos.
Lo contrario es cerrar el corazón y por ende hacer imposible que la acción del Espíritu nos vaya transformando, es aferrarse a una idea determinada que imposibilita el ver matices, alternativas, frenando búsquedas y envolviendo en un egoísmo que pone la confianza en ídolos que a larga esclavizan y empobrecen.
Muchos santos nos ha dado ejemplo de este transitar hacia la felicidad por el camino que ofrecen las Bienaventuranzas, camino de desprendimiento que conduce a la vida eterna.
