“Hagan lo que Él les diga”
Marcelo Lamas Morales, csv.
La escena de las bodas, puesta al comienzo del ministerio profético de Jesús, asume el carácter de manifiesto programático de su misión y constituye la síntesis anticipada del cumplimiento de su obra. La excesiva cantidad de vino, extraída de las seis tinajas de piedra vacías y llenadas previamente de agua, quiere significar la superabundancia de dones del proyecto de Cristo, que se realizará en forma de unas nupcias. Su proyecto se dirige entonces hacia unas bodas: las de Dios con todo ser humano, que en el A.T. se entendían como alianza; aquí estaríamos ante la nueva alianza hacia la que con tanta frecuencia habían dirigido su mirada los profetas.
El contexto de una boda, la fiesta humana por excelencia, símbolo más evidente del amor, es la mejor imagen de la sagrada escritura para evocar la comunión definitiva de Dios con cada varón y mujer. La salvación de Jesucristo ha de ser vivida y ofrecida por sus seguidores como una fiesta que da plenitud a las fiestas humanas cuando éstas quedan vacías, “sin vino” y sin capacidad de llenar nuestro deseo de más felicidad y sentido.
Esta agua puede ser saboreada como vino cuando es sacada de las seis grandes tinajas de piedra, utilizadas por los judíos para las purificaciones. Esto quiere indicar que para Jesús la religión de la ley escrita en tablas de piedra está agotada; no hay agua capaz de purificar al ser humano. Esa religión ha de ser liberada por el amor y la vida que comunica Jesús.
Recordemos, que a continuación de este pasaje, Juan pone a Jesús en el templo de Jerusalén, relatando la expulsión de los comerciantes que vendían animales para el culto y los cambistas de aquellas monedas autorizadas para ser entregadas como ofrendas. Lo que Jesús realmente denuncia en esta escena no es principalmente que el templo es un gran negociado, sino sobre todo la exclusión de aquellos que no podía acceder a el y eran considerados indignos para mantener una relación con Dios por su condición: los gentiles, las mujeres, y los judíos impuros y pecadores.
Es decir, Jesús quiere ofrecer un vino nuevo que llene de esperanza y gozo a los marginados y excluidos; Jesús está rompiendo con los esquemas de una religiosidad sin vida y que se ha degenerado en un legalismo deshumanizante.
En la situación actual de la Iglesia y de la vida religiosa, no podemos anunciar a Jesucristo de cualquier manera. Para comunicar la Buena Noticia transformadora de Jesús no bastan las palabras, son necesarios los gestos y actitudes que testimonian nuestra coherencia con el proyecto del reino que hemos querido abrazar. Evangelizar no es solo predicar o enseñar; menos aun, juzgar, amenazar o condenar. Es ofrecer, inspirados por el ejemplo de la madre del Señor, caminos más humanos, donde nos respetemos en la diferencia, cuidemos los vínculos fraternos y juntos, seamos comunidades más compasivas con aquellos que más sufren. La transformación del “agua en vino” nos propone la clave para comprender el tipo de transformación salvadora que opera Jesús y el que, en su nombre, han de ofrecer sus seguidores.
La madre de Jesús y representa al Israel fiel que reconoce al Mesías y espera en Él; ella, en esta escena, experimenta la carencia, juzga intolerable la situación y espera el cambio; a diferencia de los judíos que consideran definitivo el régimen que ellos dominan, mantienen oficialmente la alianza, pero vacía de contenido, ya que al desvirtuarla ha dejado de ser expresión del amor de Dios a su pueblo. En cambio, la María, definida por su relación con Jesús, del que es origen, está abierta al futuro, a las promesas de Dios.
Que la Virgen del Carmen, nos enseñe a buscar la voluntad del Señor, escuchando su Palabra y estando atentos a los acontecimientos y a las necesidades de las personas, especialmente de las más vulnerables y necesitadas.