Cuaresma un tiempo para dejarnos Transfigurar con la invitación de Jesús (San Lucas 9,28b-36)
Claudia Lazcano Cárcamo, Diócesis de Rancagua
En el evangelio de este domingo II de Cuaresma, Lucas en su narración, nos sitúa en elementos propios del camino de la cuaresma y de la transformación que necesita nuestro corazón.
A semejanza de los discípulos, Jesús nos invita hacer la experiencia íntima y transformadora de su amor redentor. Para ello, el camino se configura como un itinerario que inicia aceptando la invitación. Significa dejar la zona de confort, avanzando en la dirección que Cristo quiere llevarnos. Caminar, subir la montaña de apegos materialistas como: las tecnologías, las redes sociales, el poder de controlar a otros, a priorizar y juzgar solo por el dinero o influencias que se tiene. Es un proceso difícil, que deja de manifiesto una necesidad urgente: ir a un lugar apartado con Jesús para dejarnos enseñar y conocer la revelación que se nos quiere regalar. Ese regalo precioso de aspirar en medio de la vorágine del mundo actual, a esa gloria anticipada a la que hemos sido llamados desde nuestro origen. No es fácil, como Pedro, Juan y Santiago vivimos la confusión, la dicotomía entre lo que la sociedad nos ofrece y lo que Dios nos pide para hacer efectivo su plan salvador, esa transformación profunda y vital que se hace tan necesaria.
Jesús, como maestro, sabe que necesita preparar a sus amigos, para mostrarse en toda su gloria. Esa que marca un punto de inflexión en la vida de los apóstoles, que, reconociendo su gloria, fueron testigo de la revelación del Padre en el Hijo.
Este pasaje nos presenta la oración como el gran medio que permite develar el misterio divino, de la muerte de Jesús, manifestado en la figura de los profetas, tal como lo describe el evangelio de hoy. Los discípulos, tuvieron que caer en un “sopor”, el cual pudiese comprenderse a modo de un sueño que es sensible a aquello que la mente no puede explicar, pero que tampoco obstaculiza. Es vaciarse de todo, para acoger la gracia de reconocer la cruz con toda su potencia y luminosidad. Es mirar el barro imperfecto del que estamos hecho para transformarnos en la creatura depositaria del soplo divino de su Creador.
El tiempo de cuaresma cobra todo su sentido en este texto, que nos anima a dejarnos invitar y ser parte de esta intimidad con Jesús. Ese espacio de silencio espiritual que nos enseña a distinguir entre el Jesús que hemos ido desdibujando en la cotidianidad de un mundo brutalmente injusto, que ha optado; por el uso de la fuerza, el amedrentamiento y el abuso de poder. Genuino es el temor que se experimenta al dejar todo aquello que la sociedad potencia y que empobrece el alma. Todo esto, dejando de lado la verdad, la justicia y el bien común. Menoscabando con ello, la revelación del Hijo de Dios en toda su magnificencia.
Ante el relato de Lucas, debemos reverenciarnos espiritualmente. Es la huella profunda que nutre la fe auténtica. Es creer que la transfiguración del Señor, es ese lugar de encuentro y cambio que cada uno necesita. Es la zona íntima que en Cuaresma representa ese “Ruah” que nos permite recapacitar el propio actuar, mejorar la relación con Dios, con las hermanas y hermanos. Porque si el mundo se ha empobrecido, no es solo por lo que otros hacen o dicen, es también por las propias pequeñeces que van sumándose hasta ser parte de este dolor que la humanidad hoy sufre. Hacernos parte de la cruz de Jesús y reverenciarnos ante esta revelación. Es admitir que Jesús es el Hijo escogido, amado y que en su pasión, muerte y resurrección se encuentra el camino al Padre.