Hna. Alejandra Cortez
Religiosas de María Inmaculada
Me preguntaba al leer este Evangelio qué habrá querido decir Jesús con eso de: “Vayan por todo el mundo y anuncien la buena noticia a toda la creación”.
Entiendo que “ ir “ implica moverse del lugar donde estamos, y Jesús nos invita a hacerlo, sin embargo, en circunstancias como las actuales, viviendo una cruda pandemia que nos imposibilita físicamente esta movilidad, y considerando la actual y prolongada crisis en nuestra Iglesia y también en el país, creo que es una llamada a la creatividad evangélica que nos debiera sacudir de nuestra tradicional manera de vivir la fe para ir en busca de formas nuevas que favorezcan el encuentro de cada persona con Jesús, y aunque parezca evidente, no lo es.
Tengo la sensación que a lo largo del tiempo, hemos ido perdiendo gran parte de la frescura, libertad y belleza de este mensaje, encerrándolo entre cuatro paredes, con rituales y formas que le han hecho perder lo esencial de un anuncio que es la expansión sin límites, más aún tratándose del Evangelio, que por sí mismo tiene la fuerza de seguir cautivando corazones porque el amor de Dios es desbordante y siempre novedoso.
Me parece que los tiempos que vivimos como Iglesia y país son tremendamente desafiantes en esta tarea de ofrecer un anuncio cálido, lleno de esa vida abundante que entusiasma y enamora el corazón. Seguramente muchos de nosotros, cuando realmente nos hemos dejado “hacer” por esa buena noticia, hemos tenido la experiencia asombrosa (aunque simbólica) de “arrojar demonios, hablar lenguas nuevas, curar enfermos…”, y en todo eso sentir la presencia de Jesús que asiste y confirma nuestra acción apostólica.
Decía más arriba que este pasaje del Evangelio me invitaba a la creatividad y a formas nuevas de transmitir el mensaje, y en este contexto de crisis institucional y proceso político-social por el que transitamos, sueño con vernos como una Iglesia que acompaña la historia de nuestro pueblo, que se involucra mostrando a un Jesús encarnado en las realidades de los más pobres y sufrientes del país, y que hace suyas las demandas y preocupaciones de la gente.
Sólo cuando nuestro pueblo perciba que somos una Iglesia que escucha, que denuncia valientemente la injusticia, que se interesa por las personas en su integridad y que comprende las realidades de la gente, verá la belleza de Jesús plasmada en la vida de sus seguidores, que comprometidamente, en conjunto y no de forma aislada, anunciamos a toda la creación una noticia que es buena porque está llena de vida abundante, como abundante es el amor sin límites de un Dios que se ocupa de cada una de sus hijas e hijos.