Consagrados, discípulos de Cristo, perfectos como el Padre Dios nos quiere
Hna. Claudia Lazcano C. MSsR
En este domingo séptimo del tiempo ordinario, La Palabra nos llega a través del relato de Mateo, es una invitación a contemplar y a caminar por el sendero que nos lleva a ser perfectos como Dios nos quiere. El dialogo que Jesús mantiene con sus discípulos, es un nuevo paso en el crecimiento y seguimiento; los coloca en situación de escucha y discernimiento. Usando para ello la ley de talión, ley del antiguo testamento “ojo por ojo, diente por diente” en ella se permitía cobrar la ofensa con sangre, la herida que el otro te provocó se devolvía de la misma manera. El maestro no quiere que sus amigos desconozcan esta ley sino más bien a la forma, quiere darle fondo, humanizarla. No es dejar sin justicia el daño causado, sino comprender la justicia a la manera del Reino, justicia para tener vida nueva en Jesucristo. Es la ruta que conduce al ser humano de regreso a la profundidad del corazón de Dios. Allí donde la misericordia brota a raudales, sin condiciones y sin violencia.
Al situarse en este contexto de discipulado como Vida Consagrada, en medio de una cultura que necesita los valores del Reino para iluminar tantas situaciones injustas que nos violentan, al igual que en tiempos de Jesús. Con leyes que ahondan en el maltrato prejuicioso e indiferente que como sociedad e incluso como Iglesia se brinda a temas como; personas en situación de calle, inmigrantes, homosexuales, estudiantes condenados a no desarrollar todo su potencial, adultos mayores que han construido con su vida la historia en la cual hoy caminamos y se arrumban en rincones vacios, pobres e indignos. Todos ellos en las sombras, no asistidos desde el fondo de su necesidad, más bien desde la imagen; cumplimiento farisaico de la ley, dar en tanto la imagen se mantenga pública y otorgue intereses calculadores a quien hace la caridad. Claramente vivimos un espiral de violencia sutil y camuflada con discursos asistencialistas y sin hacer camino de Redención. Este es el desafío, sacar de la oscuridad farisaica que acomoda, sin tener en cuenta al prójimo, la justicia y equidad que el servicio al Reino nos exige. La pregunta que emerge entonces es ¿Cómo quiero vivir este discipulado en el nuevo año? A la manera de los fariseos de nuestro tiempo o a la manera de Jesucristo Señor de la vida y la compasión, rostro que se dibuja en tantas personas que sufren marginalidad, indiferencia e invisibilidad. Esta última opción es la respuesta natural de acuerdo al carisma con el que cada uno se ha puesto al servicio del Reino. Pero, y ¿aquellos que provocan esta violencia? … A ellos sobre todo, estamos llamados. Esta es la exigencia que nos permite avanzar en el camino perfecto y solido, en la construcción del Reino. Dar pasos en él, es arriesgarse a cuestionar o develar estas situaciones, a salir de nuestra zona segura, es a la exigencia que Jesús se refiere en las cuatro imágenes con las cuales instruye a sus discípulos:
Al que te abofetee la mejilla derecha preséntale la otra; cuantos hermanos van sin rostros, sin un número que les permita acceder a condiciones mínimas de vida en nuestro país. Ahí, por ese hermano nuestra mejilla debe situarse a su lado para recibir y compartir la tristeza, para pintar un rostro de esperanza de cara y por un futuro con mayor inclusión. Acción que involucra la atención y voz también en medio de los legisladores.
Al que quiere hacerte juicio para quitarte la túnica, déjale también el manto; que la entrega constante no sea interesada, calculada para el aplauso, la retribución o la satisfacción de las propias carencias. La pobreza nunca debe convertirse en el instrumento para el reconocimiento público, la vanagloria y lucro. Si no, cual es la diferencia con tantos seudocristianos que amasan sus bienes y construyen su vida cimentada sobre la vida de otros. Y aún así merecen el anuncio, nuestra entrega.
Si te exige que lo acompañes un kilometro, camina dos con él; involucrarse en el caminar de otro, en sus conflictos, en sus necesidades, de forma de promover su desarrollo y dignidad como ciudadano del mundo de hoy y del Reino. Es la urgencia, es mi hermano y primero hijo de Dios.
Da al que te pide, y no le vuelvas la espalda; arriesgarse, escuchar con los oídos del corazón, perdonar y permitir que otro se levante y vuelva a comenzar; el pobre, el empresario, el hermano y hermana de comunidad. Es vivir la misericordia como la fuerza que inspira la ley, que derrumba la estructura vacía y proporciona contenido, le pone corazón y voz profética. Es ser misericordiosos como el Padre, no solo un año, sino, la vida en su totalidad.
He aquí el misterio de la redención y de la gratuidad de ser discípulos de Jesucristo, consagrados para el Reino; Es un camino de a dos, sin el prójimo y sin la gracia de Dios, no habrá perfección como el Padre quiere.
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