Hambrientos de Esperanza
Hno. Tomás Villalobos Herrera, csv.
Clérigos de San Viator
Este domingo en que celebramos en Chile la hermosa Solemnidad del Santísimo Cuerpo y Sangre de Cristo, quiero compartir una reflexión a la luz del Evangelio correspondiente a este día (Lc 9, 11b-17), pasaje bíblico donde vemos a Jesús haciendo posible que miles de personas recibieran el necesario alimento.
A quienes disfrutamos la acción cotidiana de comer, la experiencia del hambre –del deseo insatisfecho de alimentos- nos puede llegar a incomodar odiosamente y hasta hacer despertar la ansiedad en medio de las tareas de la jornada laboral. La costumbre de tener “la guatita llena y el corazón contento” -como decimos en Chile- es un camino rápido para olvidar que otros pasan hambre habitualmente y que sus vidas son una constante lucha por adquirir la comida que necesitan para sobrevivir. De esta forma va instalándose la peligrosa tentación de traspasarle en la oración al Señor la responsabilidad de “enviar a la gente a los pueblos cercanos para que busquen albergue y alimento” (cf. Lc 9, 12).
Jesús, que no se olvida nunca de los que sufren, les devuelve a los Doce (y a nosotros hoy) la responsabilidad de atender a las necesidades urgentes de nuestros hermanos: el derecho inviolable a la vida, la seguridad de un hogar, acceso a una educación de calidad, comida y medicinas asequibles, un entorno pacífico y tantas otras carencias. Independientemente de nuestra vocación particular y del servicio que prestamos a la Iglesia, todos debemos contribuir de alguna manera concreta a saciar esas “hambres” que sufren los más necesitados de nuestra sociedad, aunque sólo tengamos cinco panes y dos pescados a nuestro alcance.
La Iglesia, que es instrumento de salvación, debe atender todas las dimensiones del ser humano, superando el antagonismo entre lo material y lo espiritual en el plano de su misión en este mundo. Jesús mira al cielo y bendice los alimentos, mostrando así que incluso esa acción tan humana de darle comida a otras personas puede ser un acto lleno de la gracia de Dios. El Señor que ha humanizado lo divino, también es capaz de divinizar lo humano.
En esta celebración del Corpus Christi nos podemos preguntar si el hambre (deseo) que tenemos de recibir a Cristo contenido en la Hostia consagrada nos despierta la urgencia de alimentarlo también a Él que vive en los más pequeños de este mundo (cf. Mt 25, 40). Es un llamado a saciar nuestro corazón con el amor de Dios para ir al encuentro de aquellos que viven hambrientos de esperanza por no conocer al Señor de la vida.