«Y tú, ¿qué dices del que te ha abierto los ojos?»
Jn 9, 1-41
Sandra Lucarelli Castagno
Religiosa de María Inmaculada
Ya inmersos en el corazón de la cuaresma, este domingo la liturgia nos trae un texto de Juan, que nos introduce en numerosos elementos y aspectos, con lo que tenemos muchos caminos de acceso para nuestra reflexión. “El ciego de nacimiento, en la mentalidad de un judaísmo teológico inaceptable, debía tener una culpabilidad, bien personal, bien heredada de sus padres o antepasados. Los simbolismos con los que está compuesto el relato: el barro de la tierra, la saliva, el sábado, el envío a la piscina de Siloé… nos muestran a un Jesús que domina la situación, en nombre de Dios, para dar luz, en definitiva, para dar vida y para mostrarse como la luz del mundo.” (Fray Miguel de BurgosNúñez)
El proceso que vive el ciego de nacimiento, en un contexto socio político y religioso de aquella época, nos revela todo lo que a veces se interpone entre Dios y la persona que lo busca. Y no está tan distante de lo que podemos vivir hoy, en este mundo fragmentado y tantas veces caminando a tientas o detrás de falsas luces que prometen la felicidad, cimentada en lo accesorio y no en lo fundamental. Al leer el texto completo, veo cómo se refleja algo tan nuestro: nuestros modos de justificar las leyes y estructuras injustas, con discursos distantes de la realidad, los mecanismos de evasión de los problemas, el perdernos en los detalles, en lo que nos hace perder poder y control y se nos pasa por alto, el “milagro”, lo extraordinario que acontece de todas maneras, aunque esté envuelto en una maraña de estrategias de mal. Me impresiona cómo el ciego, que logra ver, que descubre la maravilla de VER, va salteando las zancadillas que le intentan poner y va resaltando a ESE, que no sabe bien quién es, pero que sabe que es el que ha dado LUZ a sus ojos… El ha vivido el proceso de sentir el barro húmedo en sus ojos y la frescura del agua, que lo lava y lo lleva a la LUZ. También este ciego, se va dando cuenta de que VER constituye una responsabilidad y un compromiso con ESE que le llevó a la luz y con lo que ve. Quizás un proceso de maduración en la fe que va desde la resignación de NO VER, como castigo, como algo merecido, a darse cuenta que lavando su barro tocado por Dios, puede comenzar a descubrir la LUZ, que es Dios mismo. Una clara alusión también a nuestra vocación bautismal.
Desde esta dimensión bautismal, nosotros, consagrados y llamados a vivir también los consejos evangélicos, ¿cómo fue que descubrimos la luz, en qué momento de nuestra vida, Jesús se acercó y nos puso barro en los ojos y nos lavó con su misericordia?
¿Qué podemos decirle hoy, al mundo, de Aquel, que nos ha abierto los ojos?
En un momento de tanta búsqueda de y con la Iglesia, de y con nuestras comunidades, congregaciones, movimientos, ¿en qué lugar estamos ubicados: en el de los fariseos que no quieren ver la luz y no les interesa? ¿En el de los padres del ciego, que saben y ven, pero no se quieren “mojar” por miedo? ¿En el de los que insisten en dividir, conservando lo caduco, lo que ya no va, lo que “no deja pasar la luz”?
¿O somos como el ciego, que aceptando su fragilidad, se deja tocar por Jesús, se deja guiar hasta la piscina de Siloé y vuelve iluminado por la LUZ que ya lo deja ver todo con la limpieza de quien ve algo por primera vez?
En esta Iglesia sacudida y estremecida, surgen halos de luz nueva que nos señalan el misterio, el milagro y nos invitan a descubrir los brotes de lo nuevo que acontece…
Con la fe y la alegría del ciego, que ahora ve, dejémonos encontrar por Jesús y expongámonos de nuevo a su pregunta, que nos haga renovar nuestro compromiso de ser sus testigos y juntos, codo a codo, en actitud sinodal, podamos decir de corazón: “Creo, Señor”.
