Caminar Con Los Discípulos Para Aprender De Jesús
(Mc 9, 30 -37)
Hna. Claudia Lazcano
Misioneras Redentoristas.
El evangelista Marcos inicia su relato con una descripción del diálogo de Jesús y sus discípulos, es el segundo anuncio de su pasión y resurrección. Es una conversación a solas, llena de simbolismo, profundidad y de ternura. Jesús quiere tener ese espacio íntimo porque conoce el corazón y mente de sus amigos, puede percibir la turbación en estos hombres que le han acompañado en su predicación. Es en este caminar recorriendo Galilea, que busca integrar en ellos un nuevo aprendizaje; el servicio, como donación reflejada en la necesidad de pasar por la cruz para comprender la hondura del amor de Dios.
El anuncio de la muerte de Jesucristo, “El Hijo del hombre va a ser entregado en manos de los hombres; lo matarán y tres días después de su muerte, resucitará”. No es el camino que los discípulos esperan de un salvador. Estas palabras vienen a derrumbar las esperanzas y hace emerger el miedo en ellos. Jesús sabe que cada uno de quienes él llamó, deben dar un paso más para seguir creciendo en la fe. Es necesario abandonar antiguas enseñanzas; esas que forjaron estructuras rígidas y erráticas, lejos del verdadero sentido del anuncio Redentor. Ante este cuadro descrito por Marcos, es necesario reconocer que los seguidores de Cristo, son hijos de un tiempo, de su cultura y de una formación religiosa. Y como tal, responden a la búsqueda de un libertador, más que de un salvador. Necesitan un líder que saque al pueblo de la opresión. Sus miradas no tienen más horizonte que las fronteras de sus sombras y la ambición del único poder conocido por la humanidad: uno que es coercitivo, que ejerce fuerza y violencia. Considerando solo un bienestar opresor y egoísta, los fuertes sobre los débiles. Totalmente alejados del sacrificio, servicio y genuino bien común.
Es interesante en este punto detenernos, quienes leemos y oímos este evangelio podemos hacer una pausa, al mismo tiempo que Jesús se detiene al llegar a Cafarnaúm. Reconstruir la propia historia de fe, revisar el caminar como iglesia y esas expectativas perfeccionistas que a veces nos confunden, y nos alejan de ese profundo amor de Dios. Están los temores que los discípulos tuvieron… esos que también están en nosotros: frente a una pandemia no solo mortal, sino desgastadora, capaz de frenarnos emocionalmente; viviendo en un mundo cambiante de manera vertiginosa, rodeados de nuevos rostros sufrientes: empobrecidos materialmente, emigrantes y desplazados de su país de origen, jóvenes con pánico frente a la nueva normalidad, todos y todas expuestos a nuevas formas de comunicarnos. Una red digital que puede ser un don, así como una barrera que nos aparta convenientemente de una realidad abrumadora. Prestar una detenida atención a las palabras de Jesús en la narración “¿De qué hablaban en el camino? Es una invitación en el presente a dejarnos interpelar: ¿Qué vamos trasmitiendo en nuestras conversaciones? ¿Cuáles son nuestros silencios delante de Dios? Y lo más importante ¿Qué hemos aprendido de esa gratuidad del amor de Dios?
Mirar cuáles son nuestros aprendizajes y qué caracteriza nuestro discipulado, es una manera sana de reconocer las estructuras que debemos derribar, modificar y rehacer. La propuesta para ello es clara “El que quiere ser el primero, debe hacerse el último de todos y el servidor de todos”. En esta frase se arraiga el servicio genuino y fecundo, ese que pone en el centro al ser humano; con su historia, en su fragilidad y belleza. Una de las enseñanzas nos permite aproximarnos a cada persona a la manera de Jesús. Y otra es promover la propia conversión como un proceso primario y a la base de cualquier renovación estructural en la iglesia. Servir al modo del Maestro requiere de valor para atrevernos a cargar la cruz y hacernos pequeños delante de otros u otras, como Jesús lo hizo.